Página 612 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
serpiente en el desierto,” así el Hijo de Dios fué levantado, “para que
todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eter-
na.
Debemos mirar la cruz del Calvario, que sostiene a su Salvador
moribundo. Nuestros intereses eternos exigen que manifestemos fe
en Cristo.
Nuestro Salvador dijo: “Si no comiereis la carne del Hijo del
hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. ... Por-
que mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebi-
da.
Esto es verdad acerca de nuestra naturaleza física. A la muerte
de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha
sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha
sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo, o pecador,
come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre
de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está
reflejada en cada manantial. Todo esto enseñó Cristo al designar los
emblemas de su gran sacrificio. La luz que resplandece del rito de la
comunión realizado en el aposento alto hace sagradas las provisio-
nes de nuestra vida diaria. La despensa familiar viene a ser como la
mesa del Señor, y cada comida un sacramento.
¡Y cuánto más ciertas son las palabras de Cristo en cuanto a
nuestra naturaleza espiritual! El declara: “El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna.” Es recibiendo la vida derramada
por nosotros en la cruz del Calvario como podemos vivir la vida
santa. Y esta vida la recibimos recibiendo su Palabra, haciendo
aquellas cosas que él ordenó. Así llegamos a ser uno con él. “El que
come mi carne—dice él,—y bebe mi sangre, en mí permanece, y
yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre,
asimismo el que me come, él también vivirá por mí.
Este pasaje
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se aplica en un sentido especial a la santa comunión. Mientras la fe
contempla el gran sacrificio de nuestro Señor, el alma asimila la vida
espiritual de Cristo. Y esa alma recibirá fuerza espiritual de cada
comunión. El rito forma un eslabón viviente por el cual el creyente
está ligado con Cristo, y así con el Padre. En un sentido especial,
forma un vínculo entre Dios y los seres humanos que dependen de
él.
Al recibir el pan y el vino que simbolizan el cuerpo quebrantado
de Cristo y su sangre derramada, nos unimos imaginariamente a la
escena de comunión del aposento alto. Parecemos pasar por el huerto