Página 618 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Por el valor del sacrificio hecho por ellos, son estimables a los ojos
del Señor. A causa de la imputada justicia de Cristo, son tenidos por
preciosos. Por causa de Cristo, el Señor perdona a los que le temen.
No ve en ellos la vileza del pecador. Reconoce en ellos la semejanza
de su Hijo en quien creen.
El Señor se chasquea cuando su pueblo se tiene en estima de-
masiado baja. Desea que su heredad escogida se estime según el
valor que él le ha atribuído. Dios la quería; de lo contrario no hu-
biera mandado a su Hijo a una empresa tan costosa para redimirla.
Tiene empleo para ella y le agrada cuando le dirige las más elevadas
demandas a fin de glorificar su nombre. Puede esperar grandes cosas
si tiene fe en sus promesas.
Pero orar en nombre de Cristo significa mucho. Significa que
hemos de aceptar su carácter, manifestar su espíritu y realizar sus
obras. La promesa del Salvador se nos da bajo cierta condición. “Si
me amáis—dice,—guardad mis mandamientos.” El salva a los hom-
bres no en el pecado, sino del pecado; y los que le aman mostrarán
su amor obedeciéndole.
Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de Cristo
procedía del corazón. Y si nosotros consentimos, se identificará
de tal manera con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal
manera nuestro corazón y mente en conformidad con su voluntad,
que cuando le obedezcamos estaremos tan sólo ejecutando nuestros
propios impulsos. La voluntad, refinada y santificada, hallará su
más alto deleite en servirle. Cuando conozcamos a Dios como es
nuestro privilegio conocerle, nuestra vida será una vida de continua
obediencia. Si apreciamos el carácter de Cristo y tenemos comunión
con Dios, el pecado llegará a sernos odioso.
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Así como Cristo vivió la ley en la humanidad, podemos vivirla
nosotros si tan sólo nos asimos del Fuerte para obtener fortaleza.
Pero no hemos de colocar la responsabilidad de nuestro deber en
otros, y esperar que ellos nos digan lo que debemos hacer. No po-
demos depender de la humanidad para obtener consejos. El Señor
nos enseñará nuestro deber tan voluntariamente como a alguna otra
persona. Si acudimos a él con fe, nos dirá sus misterios a nosotros
personalmente. Nuestro corazón arderá con frecuencia en nosotros
mismos cuando él se ponga en comunión con nosotros como lo hizo
con Enoc. Los que decidan no hacer, en ningún ramo, algo que des-