Página 621 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“No se turbe vuestro corazón”
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se mezclaran sus lecciones con las tradiciones y máximas de los
escribas y fariseos. Habían aprendido a aceptar las enseñanzas de
los rabinos como voz de Dios, y esto dominaba todavía sus men-
tes y amoldaba sus sentimientos. Las ideas terrenales y las cosas
temporales ocupaban todavía mucho lugar en sus pensamientos. No
comprendían la naturaleza espiritual del reino de Cristo, aunque él
se la había explicado tantas veces. Sus mentes se habían confundido.
No comprendían el valor de las Escrituras que Cristo presentaba.
Muchas de sus lecciones parecían no hallar cabida en sus mentes. Je-
sús vió que no comprendían el verdadero significado de sus palabras.
Compasivamente, les prometió que el Espíritu Santo les recordaría
esos dichos. Y había dejado sin decir muchas cosas que no podían
ser comprendidas por los discípulos. Estas también les serían revela-
das por el Espíritu. El Espíritu había de vivificar su entendimiento, a
fin de que pudiesen apreciar las cosas celestiales. “Cuando viniere
aquel Espíritu de verdad—dijo Jesús,—él os guiará a toda verdad.”
El Consolador es llamado el “Espíritu de verdad.” Su obra con-
siste en definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón
como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el Consolador. Hay
consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz
ni consuelo en la mentira. Por medio de falsas teorías y tradiciones
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es como Satanás obtiene su poder sobre la mente. Induciendo a los
hombres a adoptar normas falsas, tuerce el carácter. Por medio de las
Escrituras, el Espíritu Santo habla a la mente y graba la verdad en el
corazón. Así expone el error, y lo expulsa del alma. Por el Espíritu
de verdad, obrando por la Palabra de Dios, es como Cristo subyuga
a sí mismo a sus escogidos.
Al describir a sus discípulos la obra y el cargo del Espíritu Santo,
Jesús trató de inspirarles el gozo y la esperanza que alentaba su
propio corazón. Se regocijaba por la ayuda abundante que había
provisto para su iglesia. El Espíritu Santo era el más elevado de
todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación
de su pueblo. El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador,
y sin esto el sacrificio de Cristo habría sido inútil. El poder del mal
se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los
hombres a este cautiverio satánico era asombrosa. El pecado podía
ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de
la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía