Página 622 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el
que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo.
Por el Espíritu es purificado el corazón. Por el Espíritu llega a ser el
creyente partícipe de la naturaleza divina. Cristo ha dado su Espíritu
como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal,
hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su
iglesia.
Acerca del Espíritu dijo Jesús: “El me glorificará.” El Salvador
vino para glorificar al Padre demostrando su amor; así el Espíritu
iba a glorificar a Cristo revelando su gracia al mundo. La misma
imagen de Dios se ha de reproducir en la humanidad. El honor de
Dios, el honor de Cristo, están comprometidos en la perfección del
carácter de su pueblo.
“Cuando él [el Espíritu de verdad] viniere redargüirá al mundo
de pecado, y de justicia, y de juicio.” La predicación de la palabra
sería inútil sin la continua presencia y ayuda del Espíritu Santo. Este
es el único maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando
la verdad vaya al corazón acompañada por el Espíritu vivificará la
conciencia o transformará la vida. Uno podría presentar la letra de
la Palabra de Dios, estar familiarizado con todos sus mandamientos
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y promesas; pero a menos que el Espíritu Santo grabe la verdad,
ninguna alma caerá sobre la Roca y será quebrantada. Ningún grado
de educación ni ventaja alguna, por grande que sea, puede hacer
de uno un conducto de luz sin la cooperación del Espíritu de Dios.
La siembra de la semilla del Evangelio no tendrá éxito a menos
que esa semilla sea vivificada por el rocío del cielo. Antes que un
solo libro del Nuevo Testamento fuese escrito, antes que se hubiese
predicado un sermón evangélico después de la ascensión de Cristo,
el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles que oraban. Entonces
el testimonio de sus enemigos fué: “Habéis llenado a Jerusalén de
vuestra doctrina.
Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la pro-
mesa nos pertenece a nosotros tanto como a los primeros discípulos.
Pero como toda otra promesa, nos es dada bajo condiciones. Hay
muchos que creen y profesan aferrarse a la promesa del Señor; ha-
blan
acerca
de Cristo y
acerca
del Espíritu Santo, y sin embargo no
reciben beneficio alguno. No entregan su alma para que sea guiada y
regida por los agentes divinos. No podemos emplear al Espíritu San-