“No se turbe vuestro corazón”
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humillación y el suplemento de su gloria, siendo él mismo el gran
Centro, del cual irradia toda gloria.
Con palabras enérgicas y llenas de esperanza, el Salvador terminó
sus instrucciones. Luego volcó la carga de su alma en una oración
por sus discípulos. Elevando los ojos al cielo, dijo: “Padre, la hora
es llegada; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique
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a ti; como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida
eterna a todos los que le diste. Esta empero es la vida eterna: que te
conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado.”
Cristo había concluído la obra que se le había confiado. Había
glorificado a Dios en la tierra. Había manifestado el nombre del
Padre. Había reunido a aquellos que habían de continuar su obra
entre los hombres. Y dijo: “Yo soy glorificado en ellos. Y ya no
estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti.
¡Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para
que ellos sean uno, así como nosotros lo somos!
“Mas no ruego
solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por
la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa;... yo en ellos, y
tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; y que el mundo
conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a
mí me has amado.”
Así, con el lenguaje de quien tenía autoridad divina, Cristo en-
tregó a su electa iglesia en los brazos del Padre. Como consagrado
sumo sacerdote, intercedió por los suyos. Como fiel pastor, reunió a
su rebaño bajo la sombra del Todopoderoso, en el fuerte y seguro
refugio. A él le aguardaba la última batalla con Satanás, y salió para
hacerle frente.
[636]
2 Corintios 4:18
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Juan 16:24
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1 Juan 3:22
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Apocalipsis 1:18
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Apocalipsis 3:18, 19
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Hechos 5:28
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Filipenses 2:13
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Salmos 117
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Mateo 26:31
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Juan 6:70
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Marcos 14:29, 30, 31
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Marcos 14:29, 30, 31
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