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El Deseado de Todas las Gentes
imperio de Satanás resonaría entonces, y que el nombre de Cristo
sería pregonado de un mundo al otro por todo el universo.
Cristo se regocijó de que podía hacer más en favor de sus dis-
cípulos de lo que ellos podían pedir o pensar. Habló con seguridad
sabiendo que se había promulgado un decreto todopoderoso antes
que el mundo fuese creado. Sabía que la verdad, armada con la om-
nipotencia del Espíritu Santo, vencería en la contienda con el mal; y
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que el estandarte manchado de sangre ondearía triunfantemente so-
bre sus seguidores. Sabía que la vida de los discípulos que confiasen
en él sería como la suya, una serie de victorias sin interrupción, no
vistas como tales aquí, pero reconocidas así en el gran más allá.
“Estas cosas os he hablado—dijo,—para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, yo he vencido al mun-
do.” Cristo no desmayó ni se desalentó, y sus seguidores han de
manifestar una fe de la misma naturaleza perdurable. Han de vivir
como él vivió y obrar como él obró, porque dependen de él como
el gran Artífice y Maestro. Deben poseer valor, energía y perseve-
rancia. Aunque obstruyan su camino imposibilidades aparentes, por
su gracia han de seguir adelante. En vez de deplorar las dificultades,
son llamados a superarlas. No han de desesperar de nada, sino es-
perarlo todo. Con la áurea cadena de su amor incomparable, Cristo
los ha vinculado al trono de Dios. Quiere que sea suya la más alta
influencia del universo, que mana de la fuente de todo poder. Han
de tener poder para resistir el mal, un poder que ni la tierra, ni la
muerte ni el infierno pueden dominar, un poder que los habilitará
para vencer como Cristo venció.
Cristo quiere que estén representados en su iglesia en la tierra
el orden celestial, el plan de gobierno celestial, la armonía divina
del cielo. Así queda glorificado en los suyos. Mediante ellos res-
plandecerá ante el mundo el Sol de justicia con un brillo que no se
empañará. Cristo dió a su iglesia amplias facilidades, a fin de recibir
ingente rédito de gloria de su posesión comprada y redimida. Ha
otorgado a los suyos capacidades y bendiciones para que representen
su propia suficiencia. La iglesia dotada de la justicia de Cristo es su
depositaria, en la cual las riquezas de su misericordia y su gracia y
su amor han de aparecer en plena y final manifestación. Cristo mira
a su pueblo en su pureza y perfección como la recompensa de su