Página 628 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Es la misma unión vital representada por comer su carne y beber
su sangre. Las palabras de Cristo son espíritu y vida. Al recibirlas,
recibís la vida de la vid. Vivís “con toda palabra que sale de la boca
de Dios.
La vida de Cristo en vosotros produce los mismos frutos
que en él. Viviendo en Cristo, adhiriéndoos a Cristo, sostenidos
por Cristo, recibiendo alimento de Cristo, lleváis fruto según la
semejanza de Cristo.
En esta última reunión con sus discípulos, el gran deseo que
Cristo expresó por ellos era que se amasen unos a otros como él los
había amado. En varias ocasiones habló de esto. “Esto os mando—
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dijo repetidas veces:—Que os améis los unos a los otros.” Su primer
mandato, cuando estuvo a solas con ellos en el aposento alto, fué:
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros: como
os he amado, que también os améis los unos a los otros.” Para los
discípulos, este mandamiento era nuevo; porque no se habían amado
unos a otros como Cristo los había amado. El veía que nuevas ideas e
impulsos debían gobernarlos; que debían practicar nuevos principios;
por su vida y su muerte iban a recibir un nuevo concepto del amor.
El mandato de amarse unos a otros tenía nuevo significado a la luz
de su abnegación. Toda la obra de la gracia es un continuo servicio
de amor, de esfuerzo desinteresado y abnegado. Durante toda hora
de la estada de Cristo en la tierra, el amor de Dios fluía de él en
raudales incontenibles. Todos los que sean dotados de su Espíritu
amarán como él amó. El mismo principio que animó a Cristo los
animará en todo su trato mutuo.
Este amor es la evidencia de su discipulado. “En esto conocerán
todos que sois mis discípulos—dijo Jesús,—si tuviereis amor los
unos con los otros.” Cuando los hombres no están vinculados por la
fuerza o los intereses propios, sino por el amor, manifiestan la obra
de una influencia que está por encima de toda influencia humana.
Donde existe esta unidad, constituye una evidencia de que la imagen
de Dios se está restaurando en la humanidad, que ha sido implantado
un nuevo principio de vida. Muestra que hay poder en la naturaleza
divina para resistir a los agentes sobrenaturales del mal, y que la
gracia de Dios subyuga el egoísmo inherente en el corazón natural.
Este amor, manifestado en la iglesia, despertará seguramente la
ira de Satanás. Cristo no trazó a sus discípulos una senda fácil. “Si
el mundo os aborrece—dijo,—sabed que a mí me aborreció antes