Página 63 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La visita de pascua
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vida era igual a la de los otros niños, y les era difícil comprender que
era el Hijo de Dios. Corrían el peligro de no apreciar la bendición
que se les concedía con la presencia del Redentor del mundo. El
pesar de verse separados de él, y el suave reproche que sus palabras
implicaban, estaban destinados a hacerles ver el carácter sagrado de
su cometido.
En la respuesta que dió a su madre, Jesús demostró por primera
vez que comprendía su relación con Dios. Antes de su nacimiento,
el ángel había dicho a María: “Este será grande, y será llamado Hijo
del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y
reinará en la casa de Jacob por siempre.
María había ponderado
estas palabras en su corazón; sin embargo, aunque creía que su hijo
había de ser el Mesías de Israel, no comprendía su misión. En esta
ocasión, no entendió sus palabras; pero sabía que había negado que
fuera hijo de José y se había declarado Hijo de Dios.
Jesús no ignoraba su relación con sus padres terrenales. Desde
Jerusalén volvió a casa con ellos, y les ayudó en su vida de trabajo.
Ocultó en su corazón el misterio de su misión, esperando sumiso el
momento señalado en que debía emprender su labor. Durante dieci-
ocho años después de haber aseverado ser Hijo de Dios, reconoció
el vínculo que le unía a la familia de Nazaret, y cumplió los deberes
de hijo, hermano, amigo y ciudadano.
Al revelársele a Jesús su misión en el templo, rehuyó el contacto
de la multitud. Deseaba volver tranquilamente de Jerusalén, con
aquellos que conocían el secreto de su vida. Mediante el servicio
pascual, Dios estaba tratando de apartar a sus hijos de sus congo-
jas mundanales, y recordarles la obra admirable que él realizara al
librarlos de Egipto. El deseaba que viesen en esta obra una pro-
mesa de la liberación del pecado. Así como la sangre del cordero
inmolado protegió los hogares de Israel, la sangre de Cristo había
de salvar sus almas; pero podían ser salvos por Cristo únicamente
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en la medida en que por la fe se apropiaban la vida de él. No había
virtud en el servicio simbólico, sino en la medida en que dirigía a los
adoradores hacia Cristo como su Salvador personal. Dios deseaba
que fuesen inducidos a estudiar y meditar con oración acerca de
la misión de Cristo. Pero, con demasiada frecuencia, cuando las
muchedumbres abandonaban a Jerusalén, la excitación del viaje y
el trato social absorbían su atención, y se olvidaban del servicio