Página 634 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Dos veces le sostuvieron sus compañeros, pues sin ellos habría caído
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al suelo.
Cerca de la entrada del huerto, Jesús dejó a todos sus discípulos,
menos tres, rogándoles que orasen por sí mismos y por él. Acompa-
ñado de Pedro, Santiago y Juan, entró en los lugares más retirados.
Estos tres discípulos eran los compañeros más íntimos de Cristo.
Habían contemplado su gloria en el monte de la transfiguración;
habían visto a Moisés y Elías conversar con él; habían oído la voz
del cielo; y ahora en su grande lucha Cristo deseaba su presencia
inmediata. Con frecuencia habían pasado la noche con él en este
retiro. En esas ocasiones, después de unos momentos de vigilia y
oración, se dormían apaciblemente a corta distancia de su Maestro,
hasta que los despertaba por la mañana para salir de nuevo a trabajar.
Pero ahora deseaba que ellos pasasen la noche con él en oración.
Sin embargo, no podía sufrir que aun ellos presenciasen la agonía
que iba a soportar.
“Quedaos aquí—dijo,—y velad conmigo.”
Fué a corta distancia de ellos—no tan lejos que no pudiesen verle
y oírle—y cayó postrado en el suelo. Sentía que el pecado le estaba
separando de su Padre. La sima era tan ancha, negra y profunda
que su espíritu se estremecía ante ella. No debía ejercer su poder
divino para escapar de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las
consecuencias del pecado del hombre. Como hombre, debía soportar
la ira de Dios contra la transgresión.
Cristo asumía ahora una actitud diferente de la que jamás asumie-
ra antes. Sus sufrimientos pueden describirse mejor en las palabras
del profeta: “Levántate, oh espada, sobre el pastor, y sobre el hom-
bre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos.
Como substituto
y garante del hombre pecaminoso, Cristo estaba sufriendo bajo la
justicia divina. Veía lo que significaba la justicia. Hasta entonces
había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba tener un
intercesor para sí.
Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su
naturaleza humana no pudiese soportar el venidero conflicto con
las potestades de las tinieblas. En el desierto de la tentación, había
estado en juego el destino de la raza humana. Cristo había vencido
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entonces. Ahora el tentador había acudido a la última y terrible lucha,
para la cual se había estado preparando durante los tres años del