Ante Annás y Caifás
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haber testificado su indignación consumiendo a los adversarios de
Dios! Pero no se les ordenó que lo hiciesen. El que podría haber
condenado a sus enemigos a muerte, soportó su crueldad. Su amor
por su Padre y el compromiso que contrajera desde la creación del
mundo, de venir a llevar el pecado, le indujeron a soportar sin que-
jarse el trato grosero de aquellos a quienes había venido a salvar.
Era parte de su misión soportar, en su humanidad, todas las burlas y
los ultrajes que los hombres pudiesen acumular sobre él. La única
esperanza de la humanidad estribaba en esta sumisión de Cristo
a todo el sufrimiento que el corazón y las manos de los hombres
pudieran infligirle.
Nada había dicho Cristo que pudiese dar ventaja a sus acusado-
res, y sin embargo estaba atado para indicar que estaba condenado.
Debía haber, sin embargo, una apariencia de justicia. Era necesario
que se viese una forma de juicio legal. Las autoridades estaban re-
sueltas a apresurarlo. Conocían el aprecio que el pueblo tenía por
Jesús, y temían que si cundía la noticia de su arresto, se intentase res-
catarle. Además, si no se realizaba en seguida el juicio y la ejecución,
habría una demora de una semana por la celebración de la Pascua.
Esto podría desbaratar sus planes. Para conseguir la condenación
de Jesús, dependían mayormente del clamor de la turba, formada
en gran parte por el populacho de Jerusalén. Si se produjese una
demora de una semana, la agitación disminuiría, y probablemente
se produciría una reacción. La mejor parte del pueblo se decidiría
en favor de Cristo; muchos darían un testimonio que le justificaría,
sacando a luz las obras poderosas que había hecho. Esto excitaría la
indignación popular contra el Sanedrín. Sus procedimientos queda-
rían condenados y Jesús sería libertado, y recibiría nuevo homenaje
de las multitudes. Los sacerdotes y gobernantes resolvieron, pues,
que antes que se conociese su propósito, Jesús fuese entregado a los
romanos.
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Pero ante todo, había que hallar una acusación. Hasta aquí, nada
habían ganado. Annás ordenó que Jesús fuese llevado a Caifás.
Este pertenecía a los saduceos, algunos de los cuales eran ahora los
más encarnizados enemigos de Jesús. El mismo, aunque carecía de
fuerza de carácter, era tan severo, despiadado e inescrupuloso como
Annás. No dejaría sin probar medio alguno de destruir a Jesús. Era
ahora de madrugada y muy obscuro; así que a la luz de antorchas