Página 648 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
y linternas, el grupo armado se dirigió con su preso al palacio del
sumo sacerdote. Allí, mientras los miembros del Sanedrín se reunían,
Annás y Caifás volvieron a interrogar a Jesús, pero sin éxito.
Cuando el concilio se hubo congregado en la sala del tribunal,
Caifás tomó asiento como presidente. A cada lado estaban los jueces
y los que estaban especialmente interesados en el juicio. Los solda-
dos romanos se hallaban en la plataforma situada más abajo que el
solio a cuyo pie estaba Jesús. En él se fijaban las miradas de toda la
multitud. La excitación era intensa. En toda la muchedumbre, él era
el único que sentía calma y serenidad. La misma atmósfera que le
rodeaba parecía impregnada de influencia santa.
Caifás había considerado a Jesús como su rival. La avidez con
que el pueblo oía al Salvador y la aparente disposición de muchos
a aceptar sus enseñanzas, habían despertado los acerbos celos del
sumo sacerdote. Pero al mirar Caifás al preso, le embargó la ad-
miración por su porte noble y digno. Sintió la convicción de que
este hombre era de filiación divina. Al instante siguiente desterró
despectivamente este pensamiento. Inmediatamente dejó oír su voz
en tonos burlones y altaneros, exigiendo que Jesús realizase uno de
sus grandes milagros delante de ellos. Pero sus palabras cayeron en
los oídos del Salvador como si no las hubiese percibido. La gente
comparaba el comportamiento excitado y maligno de Annás y Caifás
con el porte sereno y majestuoso de Jesús. Aun en la mente de aque-
lla multitud endurecida, se levantó la pregunta: ¿Será condenado
como criminal este hombre de presencia y aspecto divinos?
Al percibir Caifás la influencia que reinaba, apresuró el examen.
Los enemigos de Jesús se hallaban muy perplejos. Estaban resuel-
tos a obtener su condenación, pero no sabían cómo lograrla. Los
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miembros del concilio estaban divididos entre fariseos y saduceos.
Había acerba animosidad y controversia entre ellos; y no se atrevían
a tratar ciertos puntos en disputa por temor a una rencilla. Con unas
pocas palabras, Jesús podría haber excitado sus prejuicios unos con-
tra otros, y así habría apartado de sí la ira de ellos. Caifás lo sabía,
y deseaba evitar que se levantase una contienda. Había bastantes
testigos para probar que Cristo había denunciado a los sacerdotes
y escribas, que los había llamado hipócritas y homicidas; pero este
testimonio no convenía. Los saduceos habían empleado un lenguaje
similar en sus agudas disputas con los fariseos. Y un testimonio