Página 649 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Ante Annás y Caifás
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tal no habría tenido peso para los romanos, a quienes disgustaban
las pretensiones de los fariseos. Había abundantes pruebas de que
Jesús había despreciado las tradiciones de los judíos y había hablado
con irreverencia de muchos de sus ritos; pero acerca de la tradición,
los fariseos y los saduceos estaban en conflicto; y estas pruebas no
habrían tenido tampoco peso para los romanos. Los enemigos de
Cristo no se atrevían a acusarle de violar el sábado, no fuese que un
examen revelase el carácter de su obra. Si se sacaban a relucir sus
milagros de curación, se frustraría el objeto mismo que tenían en
vista los sacerdotes.
Habían sido sobornados falsos testigos para que acusasen a Jesús
de incitar a la rebelión y de procurar establecer un gobierno separado.
Pero su testimonio resultaba vago y contradictorio. Bajo el examen,
desmentían sus propias declaraciones.
En los comienzos de su ministerio, Cristo había dicho: “Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré.” En el lenguaje figurado de la
profecía, había predicho así su propia muerte y resurrección. “Mas él
hablaba del templo de su cuerpo.
Los judíos habían comprendido
estas palabras en un sentido literal, como si se refiriesen al templo
de Jerusalén. A excepción de esto, en todo lo que Jesús había dicho,
nada podían hallar los sacerdotes que fuese posible emplear contra él.
Repitiendo estas palabras, pero falseándolas, esperaban obtener una
ventaja. Los romanos se habían dedicado a reconstruir y embellecer
el templo, y se enorgullecían mucho de ello; cualquier desprecio
manifestado hacia él habría de excitar seguramente su indignación.
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En este terreno, podían concordar los romanos y los judíos, los
fariseos y los saduceos; porque todos tenían gran veneración por
el templo. Acerca de este punto, se encontraron dos testigos cuyo
testimonio no era tan contradictorio como el de los demás. Uno de
ellos, que había sido comprado para acusar a Jesús, declaró: “Este
dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.”
Así fueron torcidas las palabras de Cristo. Si hubiesen sido repetidas
exactamente como él las dijo, no habrían servido para obtener su
condena ni siquiera de parte del Sanedrín. Si Jesús hubiese sido un
hombre como los demás, según aseveraban los judíos, su declaración
habría indicado tan sólo un espíritu irracional y jactancioso, pero
no podría haberse declarado blasfemia. Aun en la forma en que