Página 652 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
sacerdote se había condenado a sí mismo. Por la ley de Dios, quedaba
descalificado para el sacerdocio. Había pronunciado sobre sí mismo
la sentencia de muerte.
El sumo sacerdote no debía rasgar sus vestiduras. La ley levítica
lo prohibía bajo sentencia de muerte. En ninguna circunstancia, en
ninguna ocasión, había de desgarrar el sacerdote sus ropas, como
era, entre los judíos, costumbre hacerlo en ocasión de la muerte de
amigos y deudos. Los sacerdotes no debían observar esta costumbre.
Cristo había dado a Moisés órdenes expresas acerca de esto
Todo lo que llevaba el sacerdote había de ser entero y sin defecto.
Estas hermosas vestiduras oficiales representaban el carácter del gran
prototipo, Jesucristo. Nada que no fuese perfecto, en la vestidura y
la actitud, en las palabras y el espíritu, podía ser aceptable para Dios.
El es santo, y su gloria y perfección deben ser representadas por el
servicio terrenal. Nada que no fuese la perfección podía representar
debidamente el carácter sagrado del servicio celestial. El hombre
finito podía rasgar su propio corazón mostrando un espíritu contrito
y humilde. Dios lo discernía. Pero ninguna desgarradura debía ser
hecha en los mantos sacerdotales, porque esto mancillaría la repre-
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sentación de las cosas celestiales. El sumo sacerdote que se atrevía a
comparecer en santo oficio y participar en el ministerio del santuario
con ropas rotas era considerado como separado de Dios. Al rasgar
sus vestiduras, se privaba de su carácter representativo y cesaba de
ser acepto para Dios como sacerdote oficiante. Esta conducta de
Caifás demostraba pues la pasión e imperfección humanas.
Al rasgar sus vestiduras, Caifás anulaba la ley de Dios para seguir
la tradición de los hombres. Una ley de origen humano estatuía que
en caso de blasfemia un sacerdote podía desgarrar impunemente sus
vestiduras por horror al pecado. Así la ley de Dios era anulada por
las leyes de los hombres.
Cada acción del sumo sacerdote era observada con interés por
el pueblo; y Caifás pensó ostentar así su piedad para impresionar.
Pero en este acto, destinado a acusar a Cristo, estaba vilipendiando a
Aquel de quien Dios había dicho: “Mi nombre está en él.
El mismo
estaba cometiendo blasfemia. Estando él mismo bajo la condenación
de Dios, pronunció sentencia contra Cristo como blasfemo.
Cuando Caifás rasgó sus vestiduras, su acto prefiguraba el lugar
que la nación judía como nación iba a ocupar desde entonces para