Página 654 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
reconocieron a Juan como discípulo bien conocido de Jesús, y le
dejaron entrar en la sala esperando que, al presenciar la humillación
de su Maestro, repudiaría la idea de que un ser tal fuese Hijo de Dios.
Juan habló en favor de Pedro y obtuvo permiso para que entrase
también.
En el atrio, se había encendido un fuego; porque era la hora más
fría de la noche, precisamente antes del alba. Un grupo se reunió en
derredor del fuego, y Pedro se situó presuntuosamente entre los que
lo formaban. No quería ser reconocido como discípulo de Jesús. Y
mezclándose negligentemente con la muchedumbre, esperaba pasar
por alguno de aquellos que habían traído a Jesús a la sala.
Pero al resplandecer la luz sobre el rostro de Pedro, la mujer que
cuidaba la puerta le echó una mirada escrutadora. Ella había notado
que había entrado con Juan, observó el aspecto de abatimiento que
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había en su cara y pensó que sería un discípulo de Jesús. Era una
de las criadas de la casa de Caifás, y tenía curiosidad por saber
si estaba en lo cierto. Dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los
discípulos de este hombre?” Pedro se sorprendió y confundió; al
instante todos los ojos del grupo se fijaron en él. El hizo como que
no la comprendía, pero ella insistió y dijo a los que la rodeaban
que ese hombre estaba con Jesús. Pedro se vió obligado a contestar,
y dijo airadamente: “Mujer, no le conozco.” Esta era la primera
negación, e inmediatamente el gallo cantó. ¡Oh, Pedro, tan pronto te
avergüenzas de tu Maestro! ¡Tan pronto niegas a tu Señor!
El discípulo Juan, al entrar en la sala del tribunal, no trató de
ocultar el hecho de que era seguidor de Jesús. No se mezcló con la
gente grosera que vilipendiaba a su Maestro. No fué interrogado,
porque no asumió una falsa actitud y así no se hizo sospechoso.
Buscó un rincón retraído, donde quedase inadvertido para la muche-
dumbre, pero tan cerca de Jesús como le fuese posible estar. Desde
allí, pudo ver y oír todo lo que sucedió durante el proceso de su
Señor.
Pedro no había querido que fuese conocido su verdadero carácter.
Al asumir un aire de indiferencia, se había colocado en el terreno del
enemigo, y había caído fácil presa de la tentación. Si hubiese sido
llamado a pelear por su Maestro, habría sido un soldado valeroso;
pero cuando el dedo del escarnio le señaló, se mostró cobarde. Mu-
chos que no rehuyen una guerra activa por su Señor, son impulsados