Página 659 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 76—Judas
La historia de Judas presenta el triste fin de una vida que podría
haber sido honrada de Dios. Si Judas hubiese muerto antes de su
último viaje a Jerusalén, habría sido considerado como un hombre
digno de un lugar entre los doce, y su desaparición habría sido muy
sentida. A no ser por los atributos revelados al final de su historia,
el aborrecimiento que le ha seguido a través de los siglos no habría
existido. Pero su carácter fué desenmascarado al mundo con un
propósito. Había de servir de advertencia a todos los que, como él,
hubiesen de traicionar cometidos sagrados.
Un poco antes de la Pascua, Judas había renovado con los sa-
cerdotes su contrato de entregar a Jesús en sus manos. Entonces se
determinó que el Salvador fuese prendido en uno de los lugares don-
de se retiraba a meditar y orar. Desde el banquete celebrado en casa
de Simón, Judas había tenido oportunidad de reflexionar en la acción
que había prometido ejecutar, pero su propósito no había cambiado.
Por treinta piezas de plata—el precio de un esclavo—entregó al
Señor de gloria a la ignominia y la muerte.
Judas tenía, por naturaleza, fuerte apego al dinero; pero no había
sido siempre bastante corrupto para realizar una acción como ésta.
Había fomentado el mal espíritu de la avaricia, hasta que éste había
llegado a ser el motivo predominante de su vida. El amor al dinero
superaba a su amor por Cristo. Al llegar a ser esclavo de un vicio, se
entregó a Satanás para ser arrastrado a cualquier bajeza de pecado.
Judas se había unido a los discípulos cuando las multitudes
seguían a Cristo. La enseñanza del Salvador conmovía sus corazones
mientras pendían arrobados de las palabras que pronunciaba en la
sinagoga, a orillas del mar o en el monte. Judas vió a los enfermos,
los cojos y los ciegos acudir a Jesús desde los pueblos y las ciudades.
Vió a los moribundos puestos a sus pies. Presenció las poderosas
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obras del Salvador al sanar a los enfermos, echar a los demonios y
resucitar a los muertos. Sintió en su propia persona la evidencia del
poder de Cristo. Reconoció la enseñanza de Cristo como superior a
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