Página 668 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
semblante no llevaba los estigmas de un criminal, sino la firma del
cielo.
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La apariencia de Jesús hizo una impresión favorable en Pilato. Su
naturaleza mejor fué despertada. Había oído hablar de Jesús y de sus
obras. Su esposa le había contado algo de los prodigios realizados
por el profeta galileo, que sanaba a los enfermos y resucitaba a los
muertos. Ahora esto revivía como un sueño en su mente. Recordaba
rumores que había oído de diversas fuentes. Resolvió exigir a los
judíos que presentasen sus acusaciones contra el preso.
¿Quién es este hombre, y por qué le habéis traído? dijo. ¿Qué
acusación presentáis contra él? Los judíos quedaron desconcertados.
Sabiendo que no podían comprobar sus acusaciones contra Cristo,
no deseaban un examen público. Respondieron que era un impostor
llamado Jesús de Nazaret.
Pilato volvió a preguntar: “¿Qué acusación traéis contra este
hombre?” Los sacerdotes no contestaron su pregunta, sino que con
palabras que demostraban su irritación, dijeron: “Si éste no fuera
malhechor, no te lo habríamos entregado.” Cuando los miembros
del Sanedrín, los primeros hombres de la nación, te traen un hombre
que consideran digno de muerte, ¿es necesario pedir una acusación
contra él? Esperaban hacer sentir a Pilato su importancia, y así
inducirle a acceder a su petición sin muchos preliminares. Deseaban
ansiosamente que su sentencia fuese ratificada; porque sabían que el
pueblo que había presenciado las obras admirables de Cristo podría
contar una historia muy diferente de la que ellos habían fraguado y
repetían ahora.
Los sacerdotes pensaban que con el débil y vacilante Pilato po-
drían llevar a cabo sus planes sin dificultad. En ocasiones anteriores
había firmado apresuradamente sentencias capitales, condenando a
la muerte a hombres que ellos sabían que no eran dignos de ella. En
su estima, la vida de un preso era de poco valor; y le era indiferente
que fuese inocente o culpable. Los sacerdotes esperaban que Pilato
impusiera ahora la pena de muerte a Jesús sin darle audiencia. Lo
pedían como favor en ocasión de su gran fiesta nacional.
Pero había en el preso algo que impidió a Pilato hacer esto. No
se atrevió a ello. Discernió el propósito de los sacerdotes. Recordó
cómo, no mucho tiempo antes, Jesús había resucitado a Lázaro,
hombre que había estado muerto cuatro días, y resolvió saber, antes
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