Días de conflicto
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Escrituras desde el principio al fin, y las presentaba con su verdadero
significado. Los rabinos se avergonzaban de ser instruídos por un
niño. Sostenían que incumbía a ellos explicar las Escrituras, y que
a él le tocaba aceptar su interpretación. Se indignaban porque él se
oponía a su palabra.
Sabían que en las Escrituras no podían encontrar autorización pa-
ra sus tradiciones. Se daban cuenta de que en comprensión espiritual,
Jesús los superaba por mucho. Sin embargo, se airaban porque no
obedecía sus dictados. No pudiendo convencerle, buscaron a José y
María y les presentaron su actitud disidente. Así sufrió él reprensión
y censura.
En edad muy temprana, Jesús había empezado a obrar por su
cuenta en la formación de su carácter, y ni siquiera el respeto y el
amor por sus padres podían apartarlo de la obediencia a la Palabra
de Dios. La declaración: “Escrito está” constituía su razón por todo
acto que difería de las costumbres familiares. Pero la influencia
de los rabinos le amargaba la vida. Aun en su juventud tuvo que
aprender la dura lección del silencio y la paciente tolerancia.
Sus hermanos, como se llamaba a los hijos de José, se ponían del
lado de los rabinos. Insistían en que debían seguirse las tradiciones
como si fuesen requerimientos de Dios. Hasta tenían los preceptos
de los hombres en más alta estima que la Palabra de Dios, y les
molestaba mucho la clara penetración de Jesús al distinguir entre lo
falso y lo verdadero. Condenaban su estricta obediencia a la ley de
Dios como terquedad. Les asombraba el conocimiento y la sabiduría
que manifestaba al contestar a los rabinos. Sabían que no había
recibido instrucción de los sabios, pero no podían menos que ver
que los instruía a ellos. Reconocían que su educación era de un
carácter superior a la de ellos. Pero no discernían que tenía acceso al
árbol de la vida, a una fuente de conocimientos que ellos ignoraban.
Cristo no era exclusivista, y había ofendido especialmente a los
fariseos al apartarse, en este respecto, de sus rígidas reglas. Halló
al dominio de la religión rodeado por altas murallas de separación,
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como si fuera demasiado sagrado para la vida diaria, y derribó esos
muros de separación. En su trato con los hombres, no preguntaba:
¿Cuál es vuestro credo? ¿A qué iglesia pertenecéis? Ejercía su fa-
cultad de ayudar en favor de todos los que necesitaban ayuda. En
vez de aislarse en una celda de ermitaño a fin de mostrar su carácter