64
El Deseado de Todas las Gentes
celestial, trabajaba fervientemente por la humanidad. Inculcaba el
principio de que la religión de la Biblia no consiste en la mortifi-
cación del cuerpo. Enseñaba que la religión pura y sin mácula no
está destinada solamente a horas fijas y ocasiones especiales. En
todo momento y lugar, manifestaba amante interés por los hombres,
y difundía en derredor suyo la luz de una piedad alegre. Todo esto
reprendía a los fariseos. Demostraba que la religión no consiste
en egoísmo, y que su mórbida devoción al interés personal distaba
mucho de ser verdadera piedad. Esto había despertado su enemistad
contra Jesús, de manera que procuraban obtener por la fuerza su
conformidad a los reglamentos de ellos.
Jesús obraba para aliviar todo caso de sufrimiento que viese. Te-
nía poco dinero que dar, pero con frecuencia se privaba de alimento
a fin de aliviar a aquellos que parecían más necesitados que él. Sus
hermanos sentían que la influencia de él contrarrestaba fuertemente
la suya. Poseía un tacto que ninguno de ellos tenía ni deseaba tener.
Cuando ellos hablaban duramente a los pobres seres degradados, Je-
sús buscaba a estas mismas personas y les dirigía palabras de aliento.
Daba un vaso de agua fría a los menesterosos y ponía quedamente su
propia comida en sus manos. Y mientras aliviaba sus sufrimientos,
asociaba con sus actos de misericordia las verdades que enseñaba, y
así quedaban grabadas en la memoria.
Todo esto desagradaba a sus hermanos. Siendo mayores que
Jesús, les parecía que él debía estar sometido a sus dictados. Le
acusaban de creerse superior a ellos, y le reprendían por situarse más
arriba que los maestros, sacerdotes y gobernantes del pueblo. Con
frecuencia le amenazaban y trataban de intimidarle; pero él seguía
adelante, haciendo de las Escrituras su guía.
Jesús amaba a sus hermanos y los trataba con bondad inagotable;
pero ellos sentían celos de él y manifestaban la incredulidad y el
[67]
desprecio más decididos. No podían comprender su conducta. Se
les presentaban grandes contradicciones en Jesús. Era el divino Hijo
de Dios, y sin embargo, un niño impotente. Siendo el Creador de
los mundos, la tierra era su posesión; y, sin embargo, la pobreza le
acompañaba a cada paso en esta vida. Poseía una dignidad e indivi-
dualidad completamente distintas del orgullo y arrogancia terrenales;
no contendía por la grandeza mundanal; y estaba contento aun en
la posición más humilde. Esto airaba a sus hermanos. No podían