Página 69 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Días de conflicto
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explicar su constante serenidad bajo las pruebas y las privaciones.
No sabían que por nuestra causa se había hecho pobre, a fin de que
“con su pobreza” fuésemos “enriquecidos.
No podían comprender
el misterio de su misión mejor de lo que los amigos de Job podían
comprender su humillación y sufrimiento.
Jesús no era comprendido por sus hermanos, porque no era como
ellos. Sus normas no eran las de ellos. Al mirar a los hombres, se
habían apartado de Dios, y no tenían su poder en su vida. Las formas
religiosas que ellos observaban, no podían transformar el carácter.
Pagaban el diezmo de “la menta y el eneldo y el comino,” pero
omitían “lo más grave de la ley, es a saber, el juicio y la misericordia
y la fe.
El ejemplo de Jesús era para ellos una continua irritación.
El no odiaba sino una cosa en el mundo, a saber, el pecado. No podía
presenciar un acto malo sin sentir un dolor que le era imposible
ocultar. Entre los formalistas, cuya apariencia santurrona ocultaba el
amor al pecado, y un carácter en el cual el celo por la gloria de Dios
ejercía la supremacía, el contraste era inequívoco. Por cuanto la vida
de Jesús condenaba lo malo, encontraba oposición tanto en su casa
como fuera de ella. Su abnegación e integridad eran comentadas con
escarnio. Su tolerancia y bondad eran llamadas cobardía.
Entre las amarguras que caen en suerte a la humanidad, no hubo
ninguna que no le tocó a Cristo. Había quienes trataban de vilipen-
diarle a causa de su nacimiento, y aun en su niñez tuvo que hacer
frente a sus miradas escarnecedoras e impías murmuraciones. Si
hubiese respondido con una palabra o mirada impaciente, si hubiese
complacido a sus hermanos con un solo acto malo, no habría sido
un ejemplo perfecto. Así habría dejado de llevar a cabo el plan de
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nuestra redención. Si hubiese admitido siquiera que podía haber
una excusa para el pecado, Satanás habría triunfado, y el mundo se
habría perdido. Esta es la razón por la cual el tentador obró para
hacer su vida tan penosa como fuera posible, a fin de inducirle a
pecar.
Pero para cada tentación tenía una respuesta: “Escrito está.” Rara
vez reprendía algún mal proceder de sus hermanos, pero tenía alguna
palabra de Dios que dirigirles. Con frecuencia le acusaban de cobar-
día por negarse a participar con ellos en algún acto prohibido; pero
su respuesta era: Escrito está: “El temor del Señor es la sabiduría, y
el apartarse del mal la inteligencia.