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El Deseado de Todas las Gentes
Pilato discernió su propósito. No creía que el preso hubiese
maquinado contra el gobierno. Su apariencia mansa y humilde no
concordaba en manera alguna con la acusación. Pilato estaba conven-
cido de que un tenebroso complot había sido tramado para destruir a
un hombre inocente que estorbaba a los dignatarios judíos. Volvién-
dose a Jesús, preguntó: “¿Eres tú el Rey de los Judíos?” El Salvador
contestó: “Tú lo dices.” Y mientras hablaba, su semblante se iluminó
como si un rayo de sol resplandeciese sobre él.
Cuando oyeron su respuesta, Caifás y los que con él estaban in-
vitaron a Pilato a reconocer que Jesús había admitido el crimen que
le atribuían. Con ruidosos clamores, sacerdotes, escribas y gober-
nantes exigieron que fuese sentenciado a muerte. A esos clamores
se unió la muchedumbre, y el ruido era ensordecedor. Pilato estaba
confuso. Viendo que Jesús no contestaba a sus acusadores, le dijo:
“¿No respondes algo? Mira de cuántas cosas te acusan. Mas Jesús ni
aun con eso respondió.”
De pie, detrás de Pilato, a la vista de todos los que estaban en el
tribunal, Cristo oyó los insultos; pero no contestó una palabra a to-
das las falsas acusaciones presentadas contra él. Todo su porte daba
evidencia de una inocencia consciente. Permanecía inconmovible
ante la furia de las olas que venían a golpearle. Era como si una
enorme marejada de ira, elevándose siempre más alto, se volcase co-
mo las olas del bullicioso océano en derredor suyo, pero sin tocarle.
Guardaba silencio, pero su silencio era elocuencia. Era como una
luz que resplandeciese del hombre interior al exterior.
La actitud de Jesús asombraba a Pilato. Se preguntaba: ¿Es indi-
ferente este hombre a lo que está sucediendo porque no se interesa
en salvar su vida? Al ver a Jesús soportar los insultos y las burlas sin
responder, sentía que no podía ser tan injusto como los clamorosos
sacerdotes. Esperando obtener de él la verdad y escapar al tumulto de
la muchedumbre, Pilato llevó a Jesús aparte y le volvió a preguntar:
“¿Eres tú el Rey de los Judíos?”
Jesús no respondió directamente a esta pregunta. Sabía que el Es-
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píritu Santo estaba contendiendo con Pilato, y le dió oportunidad de
reconocer su convicción. “¿Dices tú esto de ti mismo—preguntó,—o
te lo han dicho otros de mí?” Es decir, ¿eran las acusaciones de los
sacerdotes, o un deseo de recibir luz de Cristo lo que motivaba la
pregunta de Pilato? Pilato comprendió lo que quería decir Cristo;