Página 671 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En el tribunal de Pilato
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pero un sentimiento de orgullo se irguió en su corazón. No quiso
reconocer la convicción que se apoderaba de él. “¿Soy yo Judío?—
dijo.—Tu gente, y los pontífices, te han entregado a mí: ¿qué has
hecho?”
La áurea oportunidad de Pilato había pasado. Sin embargo Jesús
no le dejó sin darle algo más de luz. Aunque no contestó directa-
mente la pregunta de Pilato, expuso claramente su propia misión. Le
dió a entender que no estaba buscando un trono terrenal.
“Mi reino no es de este mundo—dijo:—si de este mundo fuera
mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado
a los Judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí. Díjole entonces
Pilato: ¿Luego rey eres tú? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy
rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.”
Cristo afirmó que su palabra era en sí misma una llave que abriría
el misterio para aquellos que estuviesen preparados para recibirlo.
Esta palabra tenía un poder que la recomendaba, y en ello estribaba
el secreto de la difusión de su reino de verdad. Deseaba que Pilato
comprendiese que únicamente si recibía y aceptaba la verdad podría
reconstruirse su naturaleza arruinada.
Pilato deseaba conocer la verdad. Su espíritu estaba confuso.
Escuchó ávidamente las palabras del Salvador, y su corazón fué
conmovido por un gran anhelo de saber lo que era realmente la
verdad y cómo podía obtenerla. “¿Qué cosa es verdad?” preguntó.
Pero no esperó la respuesta. El tumulto del exterior le hizo recordar
los intereses del momento; porque los sacerdotes estaban pidiendo
con clamores una decisión inmediata. Saliendo a los judíos, declaró
enfáticamente: “Yo no hallo en él ningún crimen.”
Estas palabras de un juez pagano eran una mordaz reprensión
a la perfidia y falsedad de los dirigentes de Israel que acusaban al
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Salvador. Al oír a Pilato decir esto, los sacerdotes y ancianos se
sintieron chasqueados y se airaron sin mesura. Durante largo tiempo
habían maquinado y aguardado esta oportunidad. Al vislumbrar
la perspectiva de que Jesús fuese libertado, parecían dispuestos a
despedazarlo. Denunciaron en alta voz a Pilato, y le amenazaron con
la censura del gobierno romano. Le acusaron de negarse a condenar
a Jesús, quien, afirmaban ellos, se había levantado contra César.