Página 672 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

668
El Deseado de Todas las Gentes
Se oyeron entonces voces airadas, las cuales declaraban que la
influencia sediciosa de Jesús era bien conocida en todo el país. Los
sacerdotes dijeron: “Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea,
comenzando desde Galilea hasta aquí.”
En este momento Pilato no tenía la menor idea de condenar a
Jesús. Sabía que los judíos le habían acusado por odio y prejuicio.
Sabía cuál era su deber. La justicia exigía que Cristo fuese libertado
inmediatamente. Pero Pilato temió la mala voluntad del pueblo. Si
se negaba a entregar a Jesús en sus manos, se produciría un tumulto,
y temía afrontarlo. Cuando oyó que Cristo era de Galilea, decidió
enviarlo al gobernador de esa provincia, Herodes, que estaba enton-
ces en Jerusalén. Haciendo esto, Pilato pensó traspasar a Herodes
la responsabilidad del juicio. También pensó que era una buena
oportunidad de acabar con una antigua rencilla entre él y Herodes.
Y así resultó. Los dos magistrados se hicieron amigos con motivo
del juicio del Salvador.
Pilato volvió a confiar a Jesús a los soldados, y entre burlas e
insultos de la muchedumbre, fué llevado apresuradamente al tribunal
de Herodes. “Y Herodes, viendo a Jesús, holgóse mucho.” Nunca
se había encontrado antes con el Salvador, pero “hacía mucho que
deseaba verle; porque había oído de él muchas cosas, y tenía es-
peranza que le vería hacer alguna señal.” Este Herodes era aquel
cuyas manos se habían manchado con la sangre de Juan el Bautista.
Cuando Herodes oyó hablar por primera vez de Jesús, quedó ate-
rrado, y dijo: “Este es Juan el que yo degollé: él ha resucitado de
los muertos;” “por eso virtudes obran en él.
Sin embargo, Herodes
deseaba ver a Jesús. Ahora tenía oportunidad de salvar la vida de
este profeta, y el rey esperaba desterrar para siempre de su memoria
el recuerdo de aquella cabeza sangrienta que le llevaran en un plato.
[677]
También deseaba satisfacer su curiosidad, y pensaba que si ofrecía a
Cristo una perspectiva de liberación, haría cualquier cosa que se le
pidiese.
Un gran grupo de sacerdotes y ancianos había acompañado a
Cristo hasta Herodes. Y cuando el Salvador fué llevado adentro, estos
dignatarios, hablando todos con agitación, presentaron con instancias
sus acusaciones contra él. Pero Herodes prestó poca atención a sus
cargos. Les ordenó que guardasen silencio, deseoso de tener una
oportunidad de interrogar a Cristo. Ordenó que le sacasen los hierros,