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El Deseado de Todas las Gentes
por la vida del preso. Si desde el principio Pilato se hubiese man-
tenido firme, negándose a condenar a un hombre que consideraba
inocente, habría roto la cadena fatal que iba a retenerle toda su vida
en el remordimiento y la culpabilidad. Si hubiese obedecido a sus
convicciones de lo recto, los judíos no habrían intentado imponerle
su voluntad. Se habría dado muerte a Cristo, pero la culpabilidad no
habría recaído sobre Pilato. Mas Pilato había violado poco a poco
su conciencia. Había buscado pretexto para no juzgar con justicia
y equidad, y ahora se hallaba casi impotente en las manos de los
sacerdotes y príncipes. Su vacilación e indecisión provocaron su
ruina.
Aun entonces no se le dejó actuar ciegamente. Un mensaje de
Dios le amonestó acerca del acto que estaba por cometer. En respues-
ta a la oración de Cristo, la esposa de Pilato había sido visitada por
un ángel del cielo, y en un sueño había visto al Salvador y conver-
sado con él. La esposa de Pilato no era judía, pero mientras miraba
a Jesús en su sueño no tuvo duda alguna acerca de su carácter o
misión. Sabía que era el Príncipe de Dios. Le vió juzgado en el
tribunal. Vió las manos estrechamente ligadas como las manos de
un criminal. Vió a Herodes y sus soldados realizando su impía obra.
Oyó a los sacerdotes y príncipes, llenos de envidia y malicia, acu-
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sándole furiosamente. Oyó las palabras: “Nosotros tenemos ley, y
según nuestra ley debe morir.” Vió a Pilato entregar a Jesús para ser
azotado, después de haber declarado: “Yo no hallo en él ningún cri-
men.” Oyó la condenación pronunciada por Pilato, y le vió entregar
a Cristo a sus homicidas. Vió la cruz levantada en el Calvario. Vió la
tierra envuelta en tinieblas y oyó el misterioso clamor: “Consumado
es.” Pero otra escena aún se ofreció a su mirada. Vió a Cristo sen-
tado sobre la gran nube blanca, mientras toda la tierra oscilaba en
el espacio y sus homicidas huían de la presencia de su gloria. Con
un grito de horror se despertó, y en seguida escribió a Pilato unas
palabras de advertencia.
Mientras Pilato vacilaba en cuanto a lo que debía hacer, un
mensajero se abrió paso a través de la muchedumbre y le entregó la
carta de su esposa que decía:
“No tengas que ver con aquel justo; porque hoy he padecido
muchas cosas en sueños por causa de él.”