Página 680 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Jesús, sus corazones se llenaron de simpatía. Aun los sacerdotes y
príncipes estaban convencidos de que era todo lo que aseveraba ser.
Los soldados romanos que rodeaban a Cristo no eran todos
endurecidos. Algunos miraban insistentemente su rostro en busca
de una prueba de que era un personaje criminal o peligroso. De vez
en cuando, arrojaban una mirada de desprecio a Barrabás. No se
necesitaba profunda percepción para discernir cabalmente lo que
era. Luego volvían a mirar a Aquel a quien se juzgaba. Miraban al
divino doliente con sentimientos de profunda compasión. La callada
sumisión de Cristo grabó en su mente esa escena, que nunca se iba a
borrar de ella hasta que le reconocieran como Cristo, o rechazándole
decidieran su propio destino.
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La paciencia del Salvador, que no exhalaba una queja, llenó a
Pilato de asombro. No dudaba de que la vista de este hombre, en
contraste con Barrabás, habría de mover a simpatía a los judíos.
Pero no comprendía el odio fanático que sentían los sacerdotes
hacia Aquel que, como luz del mundo, había hecho manifiestas
sus tinieblas y error. Habían incitado a la turba a una furia loca, y
nuevamente los sacerdotes, los príncipes y el pueblo elevaron aquel
terrible clamor: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Por fin, perdiendo toda
paciencia con su crueldad irracional, Pilato exclamó desesperado:
“Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen.”
El gobernador romano, aunque familiarizado con escenas de
crueldad, se sentía movido de simpatía hacia el preso doliente que,
condenado y azotado, con la frente ensangrentada y la espalda la-
cerada, seguía teniendo el porte de un rey sobre su trono. Pero los
sacerdotes declararon: “Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley
debe morir, porque se hizo Hijo de Dios.”
Pilato se sorprendió. No tenía idea correcta de Cristo y de su
misión; pero tenía una fe vaga en Dios y en los seres superiores a la
humanidad. El pensamiento que una vez antes cruzara por su mente
cobró ahora una forma más definida. Se preguntó si no sería un ser
divino el que estaba delante de él cubierto con el burlesco manto
purpúreo y coronado de espinas.
Volvió al tribunal y dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero
Jesús no le respondió. El Salvador había hablado abiertamente a
Pilato explicándole su misión como testigo de la verdad. Pilato había
despreciado la luz. Había abusado del alto cargo de juez renunciando