Página 681 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En el tribunal de Pilato
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a sus principios y autoridad bajo las exigencias de la turba. Jesús
no tenía ya más luz para él. Vejado por su silencio, Pilato dijo
altaneramente:
“¿A mí no me hablas? ¿no sabes que tengo potestad para crucifi-
carte, y que tengo potestad para soltarte?”
Jesús respondió: “Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te
fuese dado de arriba: por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor
pecado tiene.”
Así, el Salvador compasivo, en medio de sus intensos sufrimien-
tos y pesar, disculpó en cuanto le fué posible el acto del gobernador
romano que le entregaba para ser crucificado. ¡Qué escena digna
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de ser transmitida al mundo para todos los tiempos! ¡Cuánta luz
derrama sobre el carácter de Aquel que es el Juez de toda la tierra!
“El que a ti me ha entregado—dijo Jesús,—mayor pecado tie-
ne.” Con estas palabras, Cristo indicaba a Caifás, quien, como sumo
sacerdote, representaba a la nación judía. Ellos conocían los princi-
pios que regían a las autoridades romanas. Habían tenido luz en las
profecías que testificaban de Cristo y en sus propias enseñanzas y
milagros. Los jueces judíos habían recibido pruebas inequívocas de
la divinidad de Aquel a quien condenaban a muerte. Y según la luz
que habían recibido, serían juzgados.
La mayor culpabilidad y la responsabilidad más pesada incum-
bían a aquellos que estaban en los lugares más encumbrados de la
nación, los depositarios de aquellos sagrados cometidos vilmente
traicionados. Pilato, Herodes y los soldados romanos eran compa-
rativamente ignorantes acerca de Jesús. Insultándole trataban de
agradar a los sacerdotes y príncipes. No tenían la luz que la nación
judía había recibido en tanta abundancia. Si la luz hubiese sido dada
a los soldados, no habrían tratado a Cristo tan cruelmente como lo
hicieron.
Pilato volvió a proponer la liberación del Salvador. “Mas los
Judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de
César.” Así pretendían estos hipócritas ser celosos por la autoridad
de César. De entre todos los que se oponían al gobierno romano, los
judíos eran los más encarnizados. Cuando no había peligro en ello,
eran los más tiránicos en imponer sus propias exigencias nacionales
y religiosas; pero cuando deseaban realizar algún propósito cruel