Página 687 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Calvario
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Esto fué lo único que atrajo la atención de Cristo. Aunque abru-
mado por el sufrimiento mientras llevaba los pecados del mundo,
no era indiferente a la expresión de pesar. Miró a esas mujeres con
tierna compasión. No eran creyentes en él; sabía que no le compade-
cían como enviado de Dios, sino que eran movidas por sentimientos
de compasión humana. No despreció su simpatía, sino que ésta des-
pertó en su corazón una simpatía más profunda por ellas. “Hijas
de Jerusalem—dijo,—no me lloréis a mí, mas llorad por vosotras
mismas, y por vuestros hijos.” De la escena que presenciaba, Cristo
miró hacia adelante al tiempo de la destrucción de Jerusalén. En
ese terrible acontecimiento, muchas de las que lloraban ahora por él
iban a perecer con sus hijos.
De la caída de Jerusalén, los pensamientos de Jesús pasaron a
un juicio más amplio. En la destrucción de la ciudad impenitente,
vió un símbolo de la destrucción final que caerá sobre el mundo.
Dijo: “Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre noso-
tros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen
estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?” Por el árbol verde, Jesús se
representó a sí mismo, el Redentor inocente. Dios permitió que su
ira contra la transgresión cayese sobre su Hijo amado. Jesús iba a
ser crucificado por los pecados de los hombres. ¿Qué sufrimiento
iba entonces a soportar el pecador que continuase en el pecado?
Todos los impenitentes e incrédulos iban a conocer un pesar y una
desgracia que el lenguaje no podría expresar.
Entre la multitud que siguió al Salvador hasta el Calvario, había
muchos que le habían acompañado con gozosos hosannas y agitando
palmas, mientras entraba triunfantemente en Jerusalén. Pero no
pocos de aquelllos que habían gritado sus alabanzas porque era una
acción popular, participaban en clamar: “Crucifícale, crucifícale.”
Cuando Cristo entró en Jerusalén, las esperanzas de los discípulos
habían llegado a su apogeo. Se habían agolpado en derredor de
su Maestro, sintiendo que era un alto honor estar relacionados con
él. Ahora, en su humillación, le seguían de lejos. Estaban llenos de
pesar y agobiados por las esperanzas frustradas. Ahora se verificaban
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las palabras de Jesús: “Todos vosotros seréis escandalizados en mí
esta noche; porque escrito está: Heriré al Pastor, y las ovejas de la
manada serán dispersas.