Página 693 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Calvario
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cadena de la evidencia. En Jesús, magullado, escarnecido y colgado
de la cruz, vió al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
La esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su
alma desamparada se aferraba de un Salvador moribundo. “Señor,
acuérdate de mí—exclamó,—cuando vinieres en tu reino.
Prestamente llegó la respuesta. El tono era suave y melodioso, y
las palabras, llenas de amor, compasión y poder: De cierto te digo
hoy: estarás conmigo en el paraíso.
Durante largas horas de agonía, el vilipendio y el escarnio habían
herido los oídos de Jesús. Mientras pendía de la cruz, subía hacia
él el ruido de las burlas y maldiciones. Con corazón anhelante,
había escuchado para oír alguna expresión de fe de parte de sus
discípulos. Había oído solamente las tristes palabras: “Esperábamos
que él era el que había de redimir a Israel.” ¡Cuánto agradecimiento
sintió entonces el Salvador por la expresión de fe y amor que oyó
del ladrón moribundo! Mientras los dirigentes judíos le negaban y
hasta sus discípulos dudaban de su divinidad, el pobre ladrón, en
el umbral de la eternidad, llamó a Jesús, Señor. Muchos estaban
dispuestos a llamarle Señor cuando realizaba milagros y después
que hubo resucitado de la tumba; pero mientras pendía moribundo
de la cruz, nadie le reconoció sino el ladrón arrepentido que se salvó
a la undécima hora.
Los que estaban cerca de allí oyeron las palabras del ladrón cuan-
do llamaba a Jesús, Señor. El tono del hombre arrepentido llamó
su atención. Los que, al pie de la cruz, habían estado disputándose
la ropa de Cristo y echando suertes sobre su túnica, se detuvieron
a escuchar. Callaron las voces airadas, Con el aliento en suspen-
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so, miraron a Cristo y esperaron la respuesta de aquellos labios
moribundos.
Mientras pronunciaba las palabras de promesa, la obscura nube
que parecía rodear la cruz fué atravesada por una luz viva y brillante.
El ladrón arrepentido sintió la perfecta paz de la aceptación por Dios.
En su humillación, Cristo fué glorificado. El que ante otros ojos
parecía vencido, era el Vencedor. Fué reconocido como Expiador
del pecado. Los hombres pueden ejercer poder sobre su cuerpo
humano. Pueden herir sus santas sienes con la corona de espinas.
Pueden despojarle de su vestidura y disputársela en el reparto. Pero
no pueden quitarle su poder de perdonar pecados. Al morir, da