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El Deseado de Todas las Gentes
testimonio de su propia divinidad, para la gloria del Padre. Su oído
no se ha agravado al punto de no poder oír ni se ha acortado su brazo
para no poder salvar. Es su derecho real salvar hasta lo sumo a todos
los que por él se allegan a Dios.
De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso
Cristo
no prometió que el ladrón estaría en el paraíso ese día. El mismo
no fué ese día al paraíso. Durmió en la tumba, y en la mañana de la
resurrección dijo: “Aun no he subido a mi Padre.
Pero en el día de
la crucifixión, el día de la derrota y tinieblas aparentes, formuló la
promesa. “Hoy;” mientras moría en la cruz como malhechor, Cristo
aseguró al pobre pecador: “Estarás conmigo en el paraíso.”
Los ladrones crucificados con Jesús estaban “uno a cada lado,
y Jesús en medio.” Así se había dispuesto por indicación de los
sacerdotes y príncipes. La posición de Cristo entre los ladrones
debía indicar que era el mayor criminal de los tres. Así se cumplía
el pasaje: “Fué contado con los perversos.
Pero los sacerdotes no
podían ver el pleno significado de su acto. Como Jesús crucificado
con los ladrones fué puesto “en medio,” así su cruz fué puesta en
medio de un mundo que yacía en el pecado. Y las palabras de perdón
dirigidas al ladrón arrepentido encendieron una luz que brillará hasta
los más remotos confines de la tierra.
Con asombro, los ángeles contemplaron el amor infinito de Jesús,
quien, sufriendo la más intensa agonía mental y corporal, pensó
solamente en los demás y animó al alma penitente a creer. En su
humillación, se había dirigido como profeta a las hijas de Jerusalén;
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como sacerdote y abogado, había intercedido con el Padre para que
perdonase a sus homicidas; como Salvador amante, había perdonado
los pecados del ladrón arrepentido.
Mientras la mirada de Jesús recorría la multitud que le rodeaba,
una figura llamó su atención. Al pie de la cruz estaba su madre,
sostenida por el discípulo Juan. Ella no podía permanecer lejos de
su Hijo; y Juan, sabiendo que el fin se acercaba, la había traído de
nuevo al lado de la cruz. En el momento de morir, Cristo recordó a
su madre. Mirando su rostro pesaroso y luego a Juan, le dijo: “Mujer,
he ahí tu hijo,” y luego a Juan: “He ahí tu madre.” Juan comprendió
las palabras de Cristo y aceptó el cometido. Llevó a María a su casa,
y desde esa hora la cuidó tiernamente. ¡Oh Salvador compasivo y
amante! ¡En medio de todo su dolor físico y su angustia mental, tuvo