El Calvario
691
un cuidado reflexivo para su madre! No tenía dinero con que proveer
a su comodidad, pero estaba él entronizado en el corazón de Juan y
le dió su madre como legado precioso. Así le proveyó lo que más
necesitaba: la tierna simpatía de quien la amaba porque ella amaba
a Jesús. Y al recibirla como un sagrado cometido, Juan recibía una
gran bendición. Le recordaba constantemente a su amado Maestro.
El perfecto ejemplo de amor filial de Cristo resplandece con
brillo siempre vivo a través de la neblina de los siglos. Durante casi
treinta años Jesús había ayudado con su trabajo diario a llevar las
cargas del hogar. Y ahora, aun en su última agonía, se acordó de
proveer para su madre viuda y afligida. El mismo espíritu se verá
en todo discípulo de nuestro Señor. Los que siguen a Cristo sentirán
que es parte de su religión respetar a sus padres y cuidar de ellos.
Los padres y las madres nunca dejarán de recibir cuidado reflexivo
y tierna simpatía de parte del corazón donde se alberga el amor de
Cristo.
El Señor de gloria estaba muriendo en rescate por la familia
humana. Al entregar su preciosa vida, Cristo no fué sostenido por
un gozo triunfante. Todo era lobreguez opresiva. No era el temor
de la muerte lo que le agobiaba. No era el dolor ni la ignominia de
la cruz lo que le causaba agonía inefable. Cristo era el príncipe de
los dolientes. Pero su sufrimiento provenía del sentimiento de la
malignidad del pecado, del conocimiento de que por la familiaridad
[701]
con el mal, el hombre se había vuelto ciego a su enormidad. Cristo
vió cuán terrible es el dominio del pecado sobre el corazón humano,
y cuán pocos estarían dispuestos a desligarse de su poder. Sabía que
sin la ayuda de Dios la humanidad tendría que perecer, y vió a las
multitudes perecer teniendo a su alcance ayuda abundante.
Sobre Cristo como substituto y garante nuestro fué puesta la
iniquidad de todos nosotros. Fué contado por transgresor, a fin de
que pudiese redimirnos de la condenación de la ley. La culpabilidad
de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios
contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa
de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo. Toda su
vida, Cristo había estado proclamando a un mundo caído las buenas
nuevas de la misericordia y el amor perdonador del Padre. Su tema
era la salvación aun del principal de los pecadores. Pero en estos
momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que lleva,