En la tumba de José
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cuerpo de su Señor en manos de los soldados insensibles para que lo
sepultasen en una tumba deshonrosa. Sin embargo, eran impotentes
para impedirlo. No podían obtener favores de las autoridades judías,
y no tenían influencia ante Pilato.
En esta emergencia, José de Arimatea y Nicodemo vinieron
en auxilio de los discípulos. Ambos hombres eran miembros del
Sanedrín y conocían a Pilato. Ambos eran hombres de recursos
e influencia. Estaban resueltos a que el cuerpo de Jesús recibiese
sepultura honrosa.
José fué osadamente a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Por
primera vez, supo Pilato que Jesús estaba realmente muerto. Infor-
mes contradictorios le habían llegado acerca de los acontecimientos
que habían acompañado la crucifixión, pero el conocimiento de la
muerte de Cristo le había sido ocultado a propósito. Pilato había
sido advertido por los sacerdotes y príncipes contra el engaño de los
discípulos de Cristo respecto de su cuerpo. Al oír la petición de José,
mandó llamar al centurión que había estado encargado de la cruz, y
supo con certeza la muerte de Jesús. También oyó de él un relato de
las escenas del Calvario que confirmaba el testimonio de José.
Fué concedido a José lo que pedía. Mientras Juan se preocupaba
por la sepultura de su Maestro, José volvió con la orden de Pilato
de que le entregasen el cuerpo de Cristo; y Nicodemo vino trayendo
una costosa mezcla de mirra y áloes, que pesaría alrededor de unos
cuarenta kilos, para embalsamarle. Imposible habría sido tributar
mayor respeto en la muerte a los hombres más honrados de toda
Jerusalén. Los discípulos se quedaron asombrados al ver a estos ricos
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príncipes tan interesados como ellos en la sepultura de su Señor.
Ni José ni Nicodemo habían aceptado abiertamente al Salva-
dor mientras vivía. Sabían que un paso tal los habría excluído del
Sanedrín, y esperaban protegerle por su influencia en los concilios.
Durante un tiempo, pareció que tenían éxito; pero los astutos sacer-
dotes, viendo cómo favorecían a Cristo, habían estorbado sus planes.
En su ausencia, Jesús había sido condenado y entregado para ser
crucificado. Ahora que había muerto, ya no ocultaron su adhesión a
él. Mientras los discípulos temían manifestarse abiertamente como
adeptos suyos, José y Nicodemo acudieron osadamente en su auxi-
lio. La ayuda de estos hombres ricos y honrados era muy necesaria
en ese momento. Podían hacer por su Maestro muerto lo que era