Página 714 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
imposible para los pobres discípulos; su riqueza e influencia los
protegían mucho contra la malicia de los sacerdotes y príncipes.
Con suavidad y reverencia, bajaron con sus propias manos el
cuerpo de Jesús. Sus lágrimas de simpatía caían en abundancia
mientras miraban su cuerpo magullado y lacerado. José poseía una
tumba nueva, tallada en una roca. Se la estaba reservando para sí
mismo, pero estaba cerca del Calvario, y ahora la preparó para Jesús.
El cuerpo, juntamente con las especias traídas por Nicodemo, fué
envuelto cuidadosamente en un sudario, y el Redentor fué llevado a la
tumba. Allí, los tres discípulos enderezaron los miembros heridos y
cruzaron las manos magulladas sobre el pecho sin vida. Las mujeres
galileas vinieron para ver si se había hecho todo lo que podía hacerse
por el cuerpo muerto de su amado Maestro. Luego vieron cómo se
hacía rodar la pesada piedra contra la entrada de la tumba, y el
Salvador fué dejado en el descanso. Las mujeres fueron las últimas
que quedaron al lado de la cruz, y las últimas que quedaron al lado de
la tumba de Cristo. Mientras las sombras vespertinas iban cayendo,
María Magdalena y las otras Marías permanecían al lado del lugar
donde descansaba su Señor derramando lágrimas de pesar por la
suerte de Aquel a quien amaban. “Y vueltas, ... reposaron el sábado,
conforme al mandamiento.
Para los entristecidos discípulos ése fué un sábado que nunca
olvidarían, y también lo fué para los sacerdotes, los príncipes, los
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escribas y el pueblo. A la puesta del sol, en la tarde del día de pre-
paración, sonaban las trompetas para indicar que el sábado había
empezado. La Pascua fué observada como lo había sido durante
siglos, mientras que Aquel a quien señalaba, ultimado por manos
perversas, yacía en la tumba de José. El sábado, los atrios del templo
estuvieron llenos de adoradores. El sumo sacerdote que había estado
en el Gólgota estaba allí, magníficamente ataviado en sus vestiduras
sacerdotales. Sacerdotes de turbante blanco, llenos de actividad,
cumplían sus deberes. Pero algunos de los presentes no estaban
tranquilos mientras se ofrecía por el pecado la sangre de becerros y
machos cabríos. No tenían conciencia de que las figuras hubiesen
encontrado la realidad que prefiguraban, de que un sacrificio infinito
había sido hecho por los pecados del mundo. No sabían que no tenía
ya más valor el cumplimiento de los ritos ceremoniales. Pero nunca
antes había sido presenciado este ceremonial con sentimientos tan