Página 721 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

“El señor ha resucitado”
717
la hueste angélica se postra en adoración delante del Redentor y le
da la bienvenida con cantos de alabanza.
Un terremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida, y otro
terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a tomar.
El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la tumba con
el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tierra, el fulgor
del relámpago y el rugido del trueno. Cuando vuelva de nuevo a la
tierra, sacudirá “no solamente la tierra, mas aun el cielo.
“Temblará
la tierra vacilando como un borracho, y será removida como una
choza.” “Plegarse han los cielos como un libro;” “los elementos
ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están
serán quemadas.” “Mas Jehová será la esperanza de su pueblo, y la
fortaleza de los hijos de Israel.
Al morir Jesús, los soldados habían visto la tierra envuelta en
tinieblas al mediodía; pero en ocasión de la resurrección vieron el
resplandor de los ángeles iluminar la noche, y oyeron a los habitantes
del cielo cantar con grande gozo y triunfo: ¡Has vencido a Satanás
y las potestades de las tinieblas; has absorbido la muerte por la
victoria!
Cristo surgió de la tumba glorificado, y la guardia romana lo
contempló. Sus ojos quedaron clavados en el rostro de Aquel de
quien se habían burlado tan recientemente. En este ser glorificado,
contemplaron al prisionero a quien habían visto en el tribunal, a
Aquel para quien habían trenzado una corona de espinas. Era el que
había estado sin ofrecer resistencia delante de Pilato y de Herodes,
Aquel cuyo cuerpo había sido lacerado por el cruel látigo, Aquel
a quien habían clavado en la cruz, hacia quien los sacerdotes y
príncipes, llenos de satisfacción propia, habían sacudido la cabeza
diciendo: “A otros salvó, a sí mismo no puede salvar.
Era Aquel
que había sido puesto en la tumba nueva de José. El decreto del Cielo
había librado al cautivo. Montañas acumuladas sobre montañas y
encima de su sepulcro, no podrían haberle impedido salir.
Al ver a los ángeles y al glorificado Salvador, los guardias roma-
nos se habían desmayado y caído como muertos. Cuando el séquito
celestial quedó oculto de su vista, se levantaron y tan prestamente
[727]
como los podían llevar sus temblorosos miembros se encaminaron
hacia la puerta del jardín. Tambaleándose como borrachos, se dirigie-
ron apresuradamente a la ciudad contando las nuevas maravillosas a