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El Deseado de Todas las Gentes
cuantos encontraban. Iban adonde estaba Pilato, pero su informe fué
llevado a las autoridades judías, y los sumos sacerdotes y príncipes
ordenaron que fuesen traídos primero a su presencia. Estos soldados
ofrecían una extraña apariencia. Temblorosos de miedo, con los ros-
tros pálidos, daban testimonio de la resurrección de Cristo. Contaron
todo como lo habían visto; no habían tenido tiempo para pensar ni
para decir otra cosa que la verdad, Con dolorosa entonación dijeron:
Fué el Hijo de Dios quien fué crucificado; hemos oído a un ángel
proclamarle Majestad del cielo, Rey de gloria.
Los rostros de los sacerdotes parecían como de muertos. Caifás
procuró hablar. Sus labios se movieron, pero no expresaron sonido
alguno. Los soldados estaban por abandonar la sala del concilio,
cuando una voz los detuvo. Caifás había recobrado por fin el habla.—
Esperad, esperad,—exclamó.—No digáis a nadie lo que habéis visto.
Un informe mentiroso fué puesto entonces en boca de los solda-
dos. “Decid—ordenaron los sacerdotes:—Sus discípulos vinieron
de noche, y le hurtaron, durmiendo nosotros.” En esto los sacerdotes
se excedieron. ¿Cómo podían los soldados decir que mientras dor-
mían los discípulos habían robado el cuerpo? Si estaban dormidos,
¿cómo podían saberlo? Y si los discípulos hubiesen sido culpables
de haber robado el cuerpo de Cristo, ¿no habrían tratado primero los
sacerdotes de condenarlos? O si los centinelas se hubiesen dormido
al lado de la tumba, ¿no habrían sido los sacerdotes los primeros en
acusarlos ante Pilato?
Los soldados se quedaron horrorizados al pensar en atraer sobre
sí mismos la acusación de dormir en su puesto. Era un delito punible
de muerte. ¿Debían dar falso testimonio, engañar al pueblo y hacer
peligrar su propia vida? ¿Acaso no habían cumplido su penosa vela
con alerta vigilancia? ¿Cómo podrían soportar el juicio, aun por el
dinero, si se perjuraban?
A fin de acallar el testimonio que temían, los sacerdotes prome-
tieron asegurar la vida de la guardia diciendo que Pilato no deseaba
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más que ellos que circulase un informe tal. Los soldados romanos
vendieron su integridad a los judíos por dinero. Comparecieron de-
lante de los sacerdotes cargados con muy sorprendente mensaje
de verdad; salieron con una carga de dinero, y en sus lenguas un
informe mentiroso fraguado para ellos por los sacerdotes.