“El señor ha resucitado”
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Mientras tanto la noticia de la resurrección de Cristo había sido
llevada a Pilato. Aunque Pilato era responsable por haber entregado
a Cristo a la muerte, se había quedado comparativamente despreo-
cupado. Aunque había condenado de muy mala gana al Salvador
y con un sentimiento de compasión, no había sentido hasta ahora
ninguna verdadera contrición. Con terror se encerró entonces en su
casa, resuelto a no ver a nadie. Pero los sacerdotes penetraron hasta
su presencia, contaron la historia que habían inventado y le instaron
a pasar por alto la negligencia que habían tenido los centinelas con
su deber. Pero antes de consentir en esto, él interrogó en privado a
los guardias. Estos, temiendo por su seguridad, no se atrevieron a
ocultar nada, y Pilato obtuvo de ellos un relato de todo lo que había
sucedido. No llevó el asunto más adelante, pero desde entonces no
hubo más paz para él.
Cuando Jesús estuvo en el sepulcro, Satanás triunfó. Se atrevió a
esperar que el Salvador no resucitase. Exigió el cuerpo del Señor, y
puso su guardia en derredor de la tumba procurando retener a Cristo
preso. Se airó acerbamente cuando sus ángeles huyeron al acercarse
el mensajero celestial. Cuando vió a Cristo salir triunfante, supo que
su reino acabaría y que él habría de morir finalmente.
Al dar muerte a Cristo, los sacerdotes se habían hecho instru-
mentos de Satanás. Ahora estaban enteramente en su poder. Estaban
enredados en una trampa de la cual no veían otra salida que la conti-
nuación de su guerra contra Cristo. Cuando oyeron la nueva de su
resurrección, temieron la ira del pueblo. Sintieron que su propia vida
estaba en peligro. Su única esperanza consistía en probar que Cristo
había sido un impostor y negar que hubiese resucitado. Sobornaron
a los soldados y obtuvieron el silencio de Pilato. Difundieron sus
informes mentirosos lejos y cerca. Pero había testigos a quienes no
podían acallar. Muchos habían oído el testimonio de los soldados en
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cuanto a la resurrección de Cristo. Y ciertos muertos que salieron
con Cristo aparecieron a muchos y declararon que había resucitado.
Fueron comunicados a los sacerdotes informes de personas que ha-
bían visto a esos resucitados y oído su testimonio. Los sacerdotes y
príncipes estaban en continuo temor, no fuese que mientras andaban
por las calles, o en la intimidad de sus hogares, se encontrasen frente
a frente con Cristo. Sentían que no había seguridad para ellos. Los
cerrojos y las trancas ofrecerían muy poca protección contra el Hijo