Página 738 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 84—“Paz a vosotros”
Este capítulo está basado en Lucas 24:33-48; Juan 20:19-29.
Al Llegar a Jerusalén, los dos discípulos entraron por la puerta
oriental, que permanecía abierta de noche durante las fiestas. Las
casas estaban obscuras y silenciosas, pero los viajeros siguieron su
camino por las calles estrechas a la luz de la luna naciente. Fueron
al aposento alto, donde Jesús había pasado las primeras horas de la
última noche antes de su muerte. Sabían que allí habían de encontrar
a sus hermanos. Aunque era tarde, sabían que los discípulos no
dormirían antes de saber con seguridad qué había sido del cuerpo de
su Señor. Encontraron la puerta del aposento atrancada seguramente.
Llamaron para que se los admitiese, pero sin recibir respuesta. Todo
estaba en silencio. Entonces dieron sus nombres. La puerta se abrió
cautelosamente; ellos entraron y Otro, invisible, entró con ellos.
Luego la puerta se volvió a cerrar, para impedir la entrada de espías.
Los viajeros encontraron a todos sorprendidos y excitados. Las
voces de los que estaban en la pieza estallaron en agradecimiento
y alabanza diciendo: “Ha resucitado el Señor verdaderamente, y
ha aparecido a Simón.” Entonces los dos viajeros, jadeantes aún
por la prisa con que habían realizado su viaje, contaron la historia
maravillosa de cómo Jesús se les apareció. Apenas acabado su
relato, y mientras algunos decían que no lo podían creer porque era
demasiado bueno para ser la verdad, he aquí que vieron otra persona
delante de sí. Todos los ojos se fijaron en el extraño. Nadie había
llamado para pedir entrada. Ninguna pisada se había dejado oír.
Los discípulos, sorprendidos, se preguntaron lo que esto significaba.
Oyeron entonces una voz que no era otra que la de su Maestro.
Claras fueron las palabras de sus labios: “Paz a vosotros.”
“Entonces ellos espantados y asombrados, pensaban que veían
espíritu. Mas él les dice: ¿Por qué estáis turbados y suben pensa-
mientos a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo
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mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos,
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