El viaje a Emaús
733
estado últimamente en la tumba y se dicen uno al otro: “¿No ardía
nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y
cuando nos abría las Escrituras?”
Pero teniendo esta gran nueva que comunicar, no pueden per-
manecer sentados conversando. Han desaparecido su cansancio y
su hambre. Dejan sin probar su cena, y llenos de gozo vuelven a
tomar la misma senda por la cual vinieron, apresurándose para ir a
contar las nuevas a los discípulos que están en la ciudad. En algunos
lugares, el camino no es seguro, pero trepan por los lugares esca-
brosos y resbalan por las rocas lisas. No ven ni saben que tienen la
protección de Aquel que recorrió el camino con ellos. Con su bordón
de peregrino en la mano, se apresuran deseando ir más ligero de lo
que se atreven. Pierden la senda, pero la vuelven a hallar. A veces
corriendo, a veces tropezando, siguen adelante, con su compañero
invisible al lado de ellos todo el camino.
La noche es obscura, pero el Sol de justicia resplandece sobre
ellos. Su corazón salta de gozo. Parecen estar en un nuevo mundo.
Cristo es un Salvador vivo. Ya no le lloran como muerto. Cristo ha
resucitado, repiten vez tras vez. Tal es el mensaje que llevan a los
entristecidos discípulos. Deben contarles la maravillosa historia del
viaje a Emaús. Deben decirles quién se les unió en el camino. Llevan
el mayor mensaje que fuera jamás dado al mundo, un mensaje de
alegres nuevas, de las cuales dependen las esperanzas de la familia
humana para este tiempo y para la eternidad.
[743]
Mateo 27:62, 63
.
Lucas 16:31
.
Mateo 28:18
.