El viaje a Emaús
731
zas. Ahora les demostró por los profetas que era la evidencia más
categórica para su fe.
Al enseñar a estos discípulos, Jesús demostró la importancia del
Antiguo Testamento como testimonio de su misión. Muchos de los
que profesan ser cristianos ahora, descartan el Antiguo Testamento
y aseveran que ya no tiene utilidad. Pero tal no fué la enseñanza de
Cristo. Tan altamente lo apreciaba que en una oportunidad dijo: “Si
no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno
se levantare de los muertos.
Es la voz de Cristo que habla por los patriarcas y los profetas,
desde los días de Adán hasta las escenas finales del tiempo. El
Salvador se revela en el Antiguo Testamento tan claramente como
en el Nuevo. Es la luz del pasado profético lo que presenta la vida
de Cristo y las enseñanzas del Nuevo Testamento con claridad y
belleza. Los milagros de Cristo son una prueba de su divinidad; pero
una prueba aun más categórica de que él es el Redentor del mundo
se halla al comparar las profecías del Antiguo Testamento con la
historia del Nuevo.
Razonando sobre la base de la profecía, Cristo dió a sus discí-
pulos una idea correcta de lo que había de ser en la humanidad. Su
expectativa de un Mesías que había de asumir el trono y el poder
real de acuerdo con los deseos de los hombres, había sido engañosa.
Les había impedido comprender correctamente su descenso de la
posición más sublime a la más humilde que pudiese ocupar. Cristo
deseaba que las ideas de sus discípulos fuesen puras y veraces en
toda especificación. Debían comprender, en la medida de lo posible,
la copa de sufrimiento que le había sido dada. Les demostró que
el terrible conflicto que todavía no podían comprender era el cum-
plimiento del pacto hecho antes de la fundación del mundo. Cristo
debía morir, como todo transgresor de la ley debe morir si continúa
en el pecado. Todo esto había de suceder, pero no terminaba en
derrota, sino en una victoria gloriosa y eterna. Jesús les dijo que
debía hacerse todo esfuerzo posible para salvar al mundo del pecado.
Sus seguidores deberían vivir como él había vivido y obrar como él
había obrado, esforzándose y perseverando.
[741]
Así discurrió Cristo con sus discípulos, abriendo su entendimien-
to para que comprendiesen las Escrituras. Los discípulos estaban
cansados, pero la conversación no decaía. De los labios del Salvador