Página 753 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Id, doctrinad a todas las naciones
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contaba cómo sus dudas se habían disipado. De repente Jesús se
presentó en medio de ellos. Nadie podía decir de dónde ni cómo
había venido. Nunca antes le habían visto muchos de los presentes,
pero en sus manos y sus pies contemplaban las señales de la crucifi-
xión; su semblante era como el rostro de Dios, y cuando lo vieron,
le adoraron.
Pero algunos dudaban. Siempre será así. Hay quienes encuentran
difícil ejercer fe y se colocan del lado de la duda. Los tales pierden
mucho por causa de su incredulidad.
Esta fué la única entrevista que Jesús tuvo con muchos de los
creyentes después de su resurrección. Vino y les habló diciendo:
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” Los discípulos
le habían adorado antes que hablase, pero sus palabras, al caer de
labios que habían sido cerrados por la muerte, los conmovían con un
poder singular. Era ahora el Salvador resucitado. Muchos de ellos le
habían visto ejercer su poder sanando a los enfermos y dominando
a los agentes satánicos. Creían que poseía poder para establecer su
reino en Jerusalén, poder para apagar toda oposición, poder sobre
los elementos de la naturaleza. Había calmado las airadas aguas;
había andado sobre las ondas coronadas de espuma; había resucitado
a los muertos. Ahora declaró que “toda potestad” le era dada. Sus
palabras elevaron los espíritus de sus oyentes por encima de las
cosas terrenales y temporales hasta las celestiales y eternas. Les
infundieron el más alto concepto de su dignidad y gloria.
Las palabras que pronunciara Cristo en la ladera de la montaña
eran el anunció de que su sacrificio en favor del hombre era de-
finitivo y completo. Las condiciones de la expiación habían sido
cumplidas; la obra para la cual había venido a este mundo se había
realizado. Se dirigía al trono de Dios, para ser honrado por los ánge-
les, principados y potestades. Había iniciado su obra de mediación.
Revestido de autoridad ilimitada, dió su mandato a los discípulos:
“Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándo-
les que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí que
estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo.
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El pueblo judío había sido depositario de la verdad sagrada; pero
el farisaísmo había hecho de él el más exclusivista, el más fanático
de toda la familia humana. Todo lo que se refería a los sacerdotes