Página 754 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
y príncipes: sus atavíos, costumbres, ceremonias, tradiciones, los
incapacitaba para ser la luz del mundo. Se miraban a sí mismos, la
nación judía, como el mundo. Pero Cristo comisionó a sus discípulos
para que proclamasen una fe y un culto que no encerrasen idea de
casta ni de país, una fe que se adaptase a todos los pueblos, todas
las naciones, todas las clases de hombres.
Antes de dejar a sus discípulos, Cristo presentó claramente la
naturaleza de su reino. Les recordó lo que les había dicho antes
acerca de ello. Declaró que no era su propósito establecer en este
mundo un reino temporal, sino un reino espiritual. No iba a reinar
como rey terrenal en el trono de David. Volvió a explicarles las
Escrituras, demostrando que todo lo que había sufrido había sido
ordenado en el cielo, en los concilios celebrados entre el Padre y
él mismo. Todo había sido predicho por hombres inspirados del
Espíritu Santo. Dijo: Veis que todo lo que os he revelado acerca de
mi rechazamiento como Mesías se ha cumplido. Todo lo que os he
dicho acerca de la humillación que iba a soportar y la muerte que
iba a sufrir, se ha verificado. El tercer día resucité. Escudriñad más
diligentemente las Escrituras y veréis que en todas estas cosas se ha
cumplido lo que especificaba la profecía acerca de mí.
Cristo ordenó a sus discípulos que empezasen en Jerusalén la
obra que él había dejado en sus manos. Jerusalén había sido esce-
nario de su asombrosa condescendencia hacia la familia humana.
Allí había sufrido, había sido rechazado y condenado. La tierra de
Judea era el lugar donde había nacido. Allí, vestido con el atavío de
la humanidad, había andado con los hombres, y pocos habían discer-
nido cuánto se había acercado el cielo a la tierra cuando Jesús estuvo
entre ellos. En Jerusalén debía empezar la obra de los discípulos.
En vista de todo lo que Cristo había sufrido allí, y de que su
trabajo no había sido apreciado, los discípulos podrían haber pedido
un campo más promisorio; pero no hicieron tal petición. El mismo
terreno donde él había esparcido la semilla de la verdad debía ser
cultivado por los discípulos, y la semilla brotaría y produciría abun-
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dante mies. En su obra, los discípulos habrían de hacer frente a la
persecución por los celos y el odio de los judíos; pero esto lo había
soportado su Maestro, y ellos no habían de rehuirlo. Los primeros
ofrecimientos de la misericordia debían ser hechos a los homicidas
del Salvador.