Página 757 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Id, doctrinad a todas las naciones
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también, todos los que trabajan para Cristo han de empezar donde
están. En nuestra propia familia puede haber almas hambrientas
de simpatía, que anhelan el pan de vida. Puede haber hijos que
han de educarse para Cristo. Hay paganos a nuestra misma puerta.
Hagamos fielmente la obra que está más cerca. Luego extiéndanse
nuestros esfuerzos hasta donde la mano de Dios nos conduzca. La
obra de muchos puede parecer restringida por las circunstancias;
pero dondequiera que esté, si se cumple con fe y diligencia, se hará
sentir hasta las partes más lejanas de la tierra. La obra que Cristo hizo
cuando estaba en la tierra parecía limitarse a un campo estrecho, pero
multitudes de todos los países oyeron su mensaje. Con frecuencia
Dios emplea los medios más sencillos para obtener los mayores
resultados. Es su plan que cada parte de su obra dependa de todas
las demás partes, como una rueda dentro de otra rueda, y que actúen
todas en armonía. El obrero más humilde, movido por el Espíritu
Santo, tocará cuerdas invisibles cuyas vibraciones repercutirán hasta
los fines de la tierra, y producirán melodía a través de los siglos
eternos.
Pero la orden: “Id por todo el mundo” no se ha de olvidar. Somos
llamados a mirar las tierras lejanas. Cristo derriba el muro de sepa-
ración, el prejuicio divisorio de las nacionalidades, enseña a amar
a toda la familia humana. Eleva a los hombres del círculo estrecho
que prescribe su egoísmo. Abroga todos los límites territoriales y
las distinciones artificiales de la sociedad. No hace diferencia entre
vecinos y extraños, entre amigos y enemigos. Nos enseña a mirar a
toda alma menesterosa como a nuestro hermano, y al mundo como
nuestro campo.
Cuando el Salvador dijo: “Id, y doctrinad a todos los Gentiles,”
dijo también: “Estas señales seguirán a los que creyeren: En mi
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nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; quitarán
serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” La promesa es tan abar-
cante como el mandato. No porque todos los dones hayan de ser
impartidos a cada creyente. El Espíritu reparte “particularmente a
cada uno como quiere.
Pero los dones del Espíritu son prometidos
a todo creyente conforme a su necesidad para la obra del Señor. La
promesa es tan categórica y fidedigna ahora como en los días de
los apóstoles. “Estas señales seguirán a los que creyeren.” Tal es el