Página 78 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
aparejar al Señor un pueblo apercibido.” Al preparar el camino para
la primera venida de Cristo, representaba a aquellos que han de
preparar un pueblo para la segunda venida de nuestro Señor. El
mundo está entregado a la sensualidad. Abundan los errores y las
fábulas. Se han multiplicado las trampas de Satanás para destruir a
las almas. Todos los que quieran alcanzar la santidad en el temor
de Dios deben aprender las lecciones de temperancia y dominio
propio. Las pasiones y los apetitos deben ser mantenidos sujetos
a las facultades superiores de la mente. Esta disciplina propia es
esencial para la fuerza mental y la percepción espiritual que nos han
de habilitar para comprender y practicar las sagradas verdades de la
Palabra de Dios. Por esta razón, la temperancia ocupa un lugar en la
obra de prepararnos para la segunda venida de Cristo.
En el orden natural de las cosas, el hijo de Zacarías habría sido
educado para el sacerdocio. Pero la educación de las escuelas rabíni-
cas le habría arruinado para su obra. Dios no le envió a los maestros
de teología para que aprendiese a interpretar las Escrituras. Le llamó
al desierto, para que aprendiese de la naturaleza, y del Dios de la
naturaleza.
Fué en una región solitaria donde halló hogar, en medio de las
colinas áridas, de los desfiladeros salvajes y las cuevas rocosas. Pero
él mismo quiso dejar a un lado los goces y lujos de la vida y prefirió
la severa disciplina del desierto. Allí lo que le rodeaba era favorable a
la adquisición de sencillez y abnegación. No siendo interrumpido por
los clamores del mundo, podía estudiar las lecciones de la naturaleza,
de la revelación y de la Providencia. Las palabras del ángel a Zacarías
habían sido repetidas con frecuencia a Juan por sus padres temerosos
de Dios. Desde la niñez, se le había recordado su misión, y él había
aceptado el cometido sagrado. Para él la soledad del desierto era
una manera bienvenida de escapar de la sociedad en la cual las
sospechas, la incredulidad y la impureza lo compenetraban casi
todo. Desconfiaba de su propia fuerza para resistir la tentación, y
huía del constante contacto con el pecado, a fin de no perder el
sentido de su excesiva pecaminosidad.
Dedicado a Dios como nazareno desde su nacimiento, hizo él
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mismo voto de consagrar su vida a Dios. Su ropa era la de los
antiguos profetas: un manto de pelo de camello, ceñido a sus lomos