Página 81 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La voz que clamaba en el desierto
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destinado a despertarlos de su letargo y a hacerlos temblar por su
gran maldad. Antes que pudiese alojarse la semilla del Evangelio, el
suelo del corazón debía ser quebrantado. Antes de que tratasen de
obtener sanidad de Jesús, debían ser despertados para ver el peligro
que les hacían correr las heridas del pecado.
Dios no envía mensajeros para que adulen al pecador. No da
mensajes de paz para arrullar en una seguridad fatal a los que no
están santificados. Impone pesadas cargas a la conciencia del que
hace mal, y atraviesa el alma con flechas de convicción. Los ángeles
ministradores le presentan los temibles juicios de Dios para ahondar
el sentido de su necesidad, e impulsarle a clamar: “¿Qué debo hacer
para ser salvo?” Entonces la mano que humilló en el polvo, levanta
al penitente. La voz que reprendió el pecado, y avergonzó el orgullo
y la ambición, pregunta con la más tierna simpatía: “¿Qué quieres
que te haga?”
Cuando comenzó el ministerio de Juan, la nación estaba en
una condición de excitación y descontento rayana en la revolución.
Al desaparecer Arquelao, Judea había caído directamente bajo el
dominio de Roma. La tiranía y la extorsión de los gobernantes
romanos, y sus resueltos esfuerzos para introducir las costumbres y
los símbolos paganos, encendieron la rebelión, que fué apagada en la
sangre de miles de los más valientes de Israel. Todo esto intensificó
el odio nacional contra Roma y aumentó el anhelo de ser libertados
de su poder.
En medio de las discordias y las luchas, se oyó una voz proce-
dente del desierto, una voz sorprendente y austera, aunque llena de
esperanza: “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado.”
Con un poder nuevo y extraño, conmovía a la gente. Los profetas
habían predicho la venida de Cristo como un acontecimiento del
futuro lejano; pero he aquí que se oía un anunció de que se acercaba.
El aspecto singular de Juan hacía recordar a sus oyentes los antiguos
videntes. En sus modales e indumentaria, se asemejaba al profeta
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Elías. Con el espíritu y poder de Elías, denunciaba la corrupción
nacional y reprendía los pecados prevalecientes. Sus palabras eran
claras, directas y convincentes. Muchos creían que era uno de los
profetas que había resucitado de los muertos. Toda la nación se
conmovió. Muchedumbres acudieron al desierto.