Página 80 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
manifestación de Dios, cuando se revelará “la gloria de Jehová, y
toda carne juntamente la verá.
Con espíritu alegre aunque asombrado, buscaba en los rollos
proféticos las revelaciones de la venida del Mesías: la Simiente
prometida que había de aplastar la cabeza de la serpiente; el Shiloh,
“el pacificador,” que había de aparecer antes que dejase de reinar
un rey en el trono de David. Ahora había llegado el momento. Un
gobernante romano se sentaba en el palacio del monte Sión. Según
la segura palabra del Señor, el Cristo ya había nacido.
De día y de noche estudiaba las arrobadoras descripciones que
hiciera Isaías de la gloria del Mesías, en las que lo llamaba el Re-
toño de la raíz de Isaí; un rey que reinaría con justicia, juzgando
“con rectitud por los mansos de la tierra”; sería un “abrigo contra
la tempestad, ... la sombra de una peña grande en tierra de can-
sancio”; Israel no sería ya llamado “Desamparada,” ni su tierra
“Asolamiento,” sino que sería llamado del Señor “mi deleite,
y su
tierra “Beúla.
El corazón del solitario desterrado se henchía de la
gloriosa visión.
Miraba al Rey en su hermosura, y se olvidaba de sí mismo.
Contemplaba la majestad de la santidad, y se sentía deficiente e
indigno. Estaba listo para salir como el mensajero del Cielo, sin
temor de lo humano, porque había mirado lo divino. Podía estar en
pie sin temor en presencia de los monarcas terrenales, porque se
había postrado delante del Rey de reyes.
Juan no comprendía plenamente la naturaleza del reino del Me-
sías. Esperaba que Israel fuese librado de sus enemigos nacionales;
pero el gran objeto de su esperanza era la venida de un Rey de
justicia y el establecimiento de Israel como nación santa. Así creía
que se cumpliría la profecía hecha en ocasión de su nacimiento:
“Acordándose de su santo pacto; ...
que sin temor librados de nuestros enemigos,
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le serviríamos en santidad y en justicia delante
de él, todos los días nuestros.”
Veía que los hijos de su pueblo estaban engañados, satisfechos y
dormidos en sus pecados. Anhelaba incitarlos a vivir más santamen-
te. El mensaje que Dios le había dado para que lo proclamase estaba