Capítulo 11—El bautismo
Este capítulo está basado en Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas
3:21, 22.
LAS noticias referentes al profeta del desierto y su maravillosa
predicación, cundieron por toda Galilea. El mensaje alcanzó a los
campesinos de las aldeas montañesas más remotas, y a los pesca-
dores que vivían a orillas del mar; y en sus corazones sencillos y
fervientes halló la más sincera respuesta. En Nazaret repercutió en la
carpintería que había sido de José, y uno reconoció el llamamiento.
Había llegado su tiempo. Dejando su trabajo diario, se despidió de
su madre, y siguió en las huellas de sus compatriotas que acudían al
Jordán.
Jesús y Juan el Bautista eran primos, estrechamente relacionados
por las circunstancias de su nacimiento; sin embargo no habían teni-
do relación directa. La vida de Jesús había transcurrido en Nazaret
de Galilea; la de Juan en el desierto de Judea. En un ambiente muy
diferente, habían vivido recluídos, sin comunicarse el uno con el
otro. La Providencia lo había ordenado así. No debía haber oca-
sión alguna de acusarlos de haber conspirado juntos para sostener
mutuamente sus pretensiones.
Juan conocía los acontecimientos que habían señalado el naci-
miento de Jesús. Había oído hablar de la visita a Jerusalén en su
infancia, y de lo que había sucedido en la escuela de los rabinos.
Conocía la vida sin pecado de Jesús; y creía que era el Mesías,
aunque sin tener seguridad positiva de ello. El hecho de que Jesús
había quedado durante tantos años en la obscuridad, sin dar ninguna
evidencia especial de su misión, daba ocasión a dudar de que fuese
el Ser prometido. Sin embargo, el Bautista esperaba con fe, sabiendo
que al tiempo señalado por Dios todo quedaría aclarado. Se le había
revelado que el Mesías vendría a pedirle el bautismo, y entonces
se daría una señal de su carácter divino. Así podría presentarlo al
pueblo.
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