Página 93 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La tentación
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el pecado de Adán, la especie humana había estado privada de la
comunión directa con Dios; el trato entre el cielo y la tierra se había
realizado por medio de Cristo; pero ahora que Jesús había venido
“en semejanza de carne de pecado,
el Padre mismo habló. Antes
se había comunicado con la humanidad
por medio de
Cristo; ahora
se comunicaba con la humanidad
en
Cristo. Satanás había esperado
que el aborrecimiento que Dios siente hacia el mal produjera una
eterna separación entre el cielo y la tierra. Pero ahora era evidente
que la relación entre Dios y el hombre había sido restaurada.
Satanás vió que debía vencer o ser vencido. Los resultados del
conflicto significaban demasiado para ser confiados a sus ángeles
confederados. Debía dirigir personalmente la guerra. Todas las ener-
gías de la apostasía se unieron contra el Hijo de Dios. Cristo fué
hecho el blanco de toda arma del infierno.
Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como
si no tuviese importancia para su propia vida; y para ellos tiene
poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo
corazón humano. Nunca sale uno de las filas del mal para entrar en el
servicio de Dios, sin arrostrar los asaltos de Satanás. Las seducciones
que Cristo resistió son las mismas que nosotros encontramos tan
difíciles de resistir. Le fueron infligidas en un grado tanto mayor
cuanto más elevado es su carácter que el nuestro. Llevando sobre sí
el terrible peso de los pecados del mundo, Cristo resistió la prueba
del apetito, del amor al mundo, y del amor a la ostentación que
conduce a la presunción. Estas fueron las tentaciones que vencieron
a Adán y Eva, y que tan fácilmente nos vencen a nosotros.
Satanás había señalado el pecado de Adán como prueba de que
la ley de Dios era injusta, y que no podía ser acatada. En nuestra
humanidad, Cristo había de resarcir el fracaso de Adán. Pero cuando
Adán fué asaltado por el tentador, no pesaba sobre él ninguno de los
efectos del pecado. Gozaba de una plenitud de fuerza y virilidad, así
como del perfecto vigor de la mente y el cuerpo. Estaba rodeado por
las glorias del Edén, y se hallaba en comunión diaria con los seres ce-
lestiales. No sucedía lo mismo con Jesús cuando entró en el desierto
para luchar con Satanás. Durante cuatro mil años, la familia humana
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había estado perdiendo fuerza física y mental, así como valor moral;
y Cristo tomó sobre sí las flaquezas de la humanidad degenerada.