Página 94 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Únicamente así podía rescatar al hombre de las profundidades de su
degradación.
Muchos sostienen que era imposible para Cristo ser vencido por
la tentación. En tal caso, no podría haberse hallado en la posición
de Adán; no podría haber obtenido la victoria que Adán dejó de
ganar. Si en algún sentido tuviésemos que soportar nosotros un
conflicto más duro que el que Cristo tuvo que soportar, él no podría
socorrernos. Pero nuestro Salvador tomó la humanidad con todo
su pasivo. Se vistió de la naturaleza humana, con la posibilidad de
ceder a la tentación. No tenemos que soportar nada que él no haya
soportado.
Para Cristo, como para la santa pareja del Edén, el apetito fué
la base de la primera gran tentación. Precisamente donde empezó
la ruina, debe empezar la obra de nuestra redención. Así como
por haber complacido el apetito Adán cayó, por sobreponerse al
apetito Cristo debía vencer. “Y habiendo ayunado cuarenta días y
cuarenta noches, después tuvo hambre. Y llegándose a él el tentador,
dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan. Mas él
respondiendo, dijo: Escrito está: No con sólo el pan vivirá el hombre,
mas con toda palabra que sale de la boca de Dios.”
Desde el tiempo de Adán hasta el de Cristo, la complacencia
de los deseos propios había aumentado el poder de los apetitos
y pasiones, hasta que tenían un dominio casi ilimitado. Así los
hombres se habían degradado y degenerado, y por sí mismos no
podían vencer. Cristo venció en favor del hombre, soportando la
prueba más severa. Por nuestra causa, ejerció un dominio propio
más fuerte que el hambre o la misma muerte. Y esta primera victoria
entrañaba otros resultados, de los cuales participan todos nuestros
conflictos con las potestades de las tinieblas.
Cuando Jesús entró en el desierto, fué rodeado por la gloria del
Padre. Absorto en la comunión con Dios, se sintió elevado por en-
cima de las debilidades humanas. Pero la gloria se apartó de él, y
quedó solo para luchar con la tentación. Esta le apremiaba en todo
momento. Su naturaleza humana rehuía el conflicto que le aguar-
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daba. Durante cuarenta días ayunó y oró. Débil y demacrado por el
hambre, macilento y agotado por la agonía mental, “desfigurado era
su aspecto más que el de cualquier hombre, y su forma más que la