Página 95 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

La tentación
91
de los hijos de Adán.
Entonces vió Satanás su oportunidad. Pensó
que podía vencer a Cristo.
Como en contestación a las oraciones del Salvador, se le pre-
sentó un ser que parecía un ángel del cielo. Aseveró haber sido
comisionado por Dios para declarar que el ayuno de Cristo había
terminado. Así como Dios había enviado un ángel para detener la
mano de Abrahán a fin de que no sacrificase a Isaac, así también,
satisfecho con la buena disposición de Cristo para entrar por la senda
manchada de sangre, el Padre había enviado un ángel para librarlo.
Tal era el mensaje traído a Jesús. El Salvador se hallaba debilitado
por el hambre, y deseaba con vehemencia alimentos cuando Satanás
se le apareció repentinamente. Señalando las piedras que estaban
esparcidas por el desierto, y que tenían la apariencia de panes, el
tentador dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan
pan.”
Aunque se presentó como ángel de luz delataban su carácter estas
primeras palabras: “Si eres Hijo de Dios.” En ellas se insinuaba la
desconfianza. Si Jesús hubiese hecho lo que Satanás sugería, habría
aceptado la duda. El tentador se proponía derrotar a Cristo de la
misma manera en que había tenido tanto éxito con la especie humana
en el principio. ¡Cuán arteramente se había acercado Satanás a Eva
en el Edén! “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del
huerto?
Hasta ahí las palabras del tentador eran verdad; pero en su
manera de expresarlas, se disfrazaba el desprecio por las palabras
de Dios. Había una negativa encubierta, una duda de la veracidad
divina. Satanás trató de insinuar a Eva el pensamiento de que Dios
no haría lo que había dicho, que el privarlos de una fruta tan hermosa
contradecía su amor y compasión por el hombre. Así también el
tentador trató de inspirar a Cristo sus propios sentimientos: “Si eres
el Hijo de Dios.” Las palabras repercuten con amargura en su mente.
En el tono de su voz hay una expresión de completa incredulidad.
¿Habría de tratar Dios así a su propio Hijo? ¿Lo dejaría en el desierto
con las fieras, sin alimento, sin compañía, sin consuelo? Le insinúa
[94]
que Dios nunca quiso que su Hijo estuviese en tal estado. “Si eres el
Hijo de Dios,” muéstrame tu poder aliviándote a ti mismo de esta
hambre apremiante. Ordena que estas piedras sean transformadas en
pan.