Página 96 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Las palabras del Cielo: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
contentamiento,
resonaban todavía en los oídos de Satanás. Pero
estaba resuelto a hacer dudar a Cristo de este testimonio. La palabra
de Dios era para Cristo la garantía de su misión divina. El había
venido para vivir como hombre entre los hombres, y esta palabra
declaraba su relación con el cielo. Era el propósito de Satanás ha-
cerle dudar de esa palabra. Si la confianza de Cristo en Dios podía
ser quebrantada, Satanás sabía que obtendría la victoria en todo
el conflicto. Vencería a Jesús. Esperaba que bajo el imperio de la
desesperación y el hambre extrema, Cristo perdería la fe en su Padre,
y obraría un milagro en su propio favor. Si lo hubiera hecho, habría
malogrado el plan de salvación.
Cuando Satanás y el Hijo de Dios se encontraron por primera vez
en conflicto, Cristo era el generalísimo de las huestes celestiales; y
Satanás, el caudillo de la rebelión del cielo, fué echado fuera. Ahora
su condición está aparentemente invertida, y Satanás se aprovecha
de su supuesta ventaja. Uno de los ángeles más poderosos, dijo,
ha sido desterrado del cielo. El aspecto de Jesús indica que él es
aquel ángel caído, abandonado de Dios y de los hombres. Un ser
divino podría sostener su pretensión realizando un milagro: “Si eres
Hijo de Dios, di que estas piedras se hagan pan.” Un acto tal de
poder creador, insistía el tentador, sería evidencia concluyente de su
divinidad. Pondría término a la controversia.
No sin lucha pudo Jesús escuchar en silencio al supremo engaña-
dor. Pero el Hijo de Dios no había de probar su divinidad a Satanás,
ni explicar la razón de su humillación. Accediendo a las exigencias
del rebelde, no podía ganar nada para beneficio del hombre ni la
gloria de Dios. Si Cristo hubiese obrado de acuerdo con la sugestión
del enemigo, Satanás habría dicho aún: “Muéstrame una señal para
que crea que eres el Hijo de Dios.” La evidencia habría sido inútil
para quebrantar el poder de la rebelión en su corazón. Y Cristo no
había de ejercer el poder divino para su propio beneficio. Había
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venido para soportar la prueba como debemos soportarla nosotros,
dejándonos un ejemplo de fe y sumisión. Ni en esta ocasión, ni en
ninguna otra ulterior en su vida terrenal, realizó él un milagro en
favor suyo. Sus obras admirables fueron todas hechas para beneficio
de otros. Aunque Jesús reconoció a Satanás desde el principio, no
se sintió provocado a entrar en controversia con él. Fortalecido por