Página 97 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La tentación
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el recuerdo de la voz del cielo, se apoyó en el amor de su Padre. No
quiso parlamentar con la tentación.
Jesús hizo frente a Satanás con las palabras de la Escritura.
“Escrito está,” dijo. En toda tentación, el arma de su lucha era la
Palabra de Dios. Satanás exigía de Cristo un milagro como señal de
su divinidad. Pero aquello que es mayor que todos los milagros, una
firme confianza en un “así dice Jehová,” era una señal que no podía
ser controvertida. Mientras Cristo se mantuviese en esa posición, el
tentador no podría obtener ventaja alguna.
Fué en el tiempo de la mayor debilidad cuando Cristo fué asalta-
do por las tentaciones más fieras. Así Satanás pensaba prevalecer.
Por este método había obtenido la victoria sobre los hombres. Cuan-
do faltaba la fuerza y la voluntad se debilitaba, y la fe dejaba de
reposar en Dios, entonces los que habían luchado valientemente por
lo recto durante mucho tiempo, eran vencidos. Moisés se hallaba
cansado por los cuarenta años de peregrinaciones de Israel cuando
su fe dejó de asirse momentáneamente del poder infinito. Fracasó
en los mismos límites de la tierra prometida. Así también sucedió
con Elías, que había permanecido indómito delante del rey Acab y
había hecho frente a toda la nación de Israel, encabezada por los
cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. Después de aquel terrible
día pasado sobre el Carmelo, cuando se había muerto a los falsos
profetas y el pueblo había declarado su fidelidad a Dios, Elías huyó
para salvar su vida, ante las amenazas de la idólatra Jezabel. Así se
había aprovechado Satanás de la debilidad de la humanidad. Y aun
hoy sigue obrando de la misma manera. Siempre que una persona
esté rodeada de nubes, se halle perpleja por las circunstancias, o
afligida por la pobreza y angustia, Satanás está listo para tentarla y
molestarla. Ataca los puntos débiles de nuestro carácter. Trata de
destruir nuestra confianza en Dios porque él permite que exista tal
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estado de cosas. Nos vemos tentados a desconfiar de Dios y a poner
en duda su amor. Muchas veces el tentador viene a nosotros como
se presentó a Cristo, desplegando delante de nosotros nuestras debi-
lidades y flaquezas. Espera desalentar el alma y quebrantar nuestra
confianza en Dios. Entonces está seguro de su presa. Si nosotros le
hiciéramos frente como lo hizo Jesús, evitaríamos muchas derrotas.
Parlamentando con el enemigo, le damos ventajas.