La tentación
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les prohibirá comprar o vender. Finalmente será decretado que se les
dé muerte
Pero al obediente se le hace la promesa: “Habitará en las
alturas: fortalezas de rocas serán su lugar de acogimiento; se le dará
su pan, y sus aguas serán ciertas.
Los hijos de Dios vivirán por
esta promesa. Serán alimentados cuando la tierra esté asolada por
el hambre. “No serán avergonzados en el mal tiempo; y en los días
de hambre serán hartos.
El profeta Habacuc previó este tiempo
de angustia, y sus palabras expresan la fe de la iglesia: “Aunque la
higuera no florecerá, ni en las vides habrá frutos; mentirá la obra de
la oliva, y los labrados no darán mantenimiento, y las ovejas serán
quitadas de la majada, y no habrá vacas en los corrales; con todo, yo
me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salud.
De todas las lecciones que se desprenden de la primera gran
tentación de nuestro Señor, ninguna es más importante que la re-
lacionada con el dominio de los apetitos y pasiones. En todas las
edades, las tentaciones atrayentes para la naturaleza física han sido
las más eficaces para corromper y degradar a la humanidad. Me-
diante la intemperancia, Satanás obra para destruir las facultades
mentales y morales que Dios dió al hombre como un don inaprecia-
ble. Así viene a ser imposible para los hombres apreciar las cosas
de valor eterno. Mediante la complacencia de los sentidos, Satanás
trata de borrar del alma todo vestigio de la semejanza divina.
La sensualidad irrefrenada y la enfermedad y degradación consi-
guientes, que existían en tiempos del primer advenimiento de Cristo,
existirán, con intensidad agravada, antes de su segunda venida. Cristo
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declara que la condición del mundo será como en los días anteriores
al diluvio, y como en tiempos de Sodoma y Gomorra. Todo intento
de los pensamientos del corazón será de continuo el mal. Estamos
viviendo en la víspera misma de ese tiempo pavoroso, y la lección
del ayuno del Salvador debe grabarse en nuestro corazón. Única-
mente por la indecible angustia que soportó Cristo podemos estimar
el mal que representa el complacer sin freno los apetitos. Su ejemplo
demuestra que nuestra única esperanza de vida eterna consiste en
sujetar los apetitos y pasiones a la voluntad de Dios.
En nuestra propia fortaleza, nos es imposible negarnos a los
clamores de nuestra naturaleza caída. Por su medio, Satanás nos
presentará tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se acercaría a
todo ser humano para aprovecharse de las debilidades hereditarias y